La idea de libre comercio es simple: Favorecer
el comercio sin barreras entre los países, de modo que eventualmente pueda hablarse
de un solo mercado global, en lugar de muchos mercados nacionales fraccionados.
La defensa del libre comercio es, en teoría, uno de los pilares básicos de la ideología
liberal y del libre mercado.
La experiencia nos ofrece casos de países
que, como China o Chile, tras liberalizar sus relaciones comerciales con el
resto del mundo, lograron una mejora sustancial en su seguridad alimentaria. Pero
hay también muchos ejemplos, muchísimos más, de países en los que lo que sucedió
fue exactamente lo contrario: la liberalización comercial llevó aparejada un declive
de la seguridad alimentaria nacional, como ha pasado en Guatemala o Tanzania, por
citar solo dos ejemplos.
Si algo caracteriza al comercio
internacional de alimentos en el mundo de hoy es que no es un comercio libre o,
para ser más exactos, es libre en una dirección (de exportaciones del Norte al
Sur) pero no en la otra (del Sur al Norte). Esto es debido a que muchos países
del Norte, como Estados Unidos o Japón, mantienen regímenes de cuotas comerciales
y elevadas barreras arancelarias para restringir las importaciones de productos
agrícolas provenientes de los países del Sur. En otros casos, como sucede con
la Unión Europea, el sistema es un poco más sofisticado: más que muchas barreras
comerciales tradicionales, lo que se les impone a los países del Sur cuando pretenden
exportarnos alimentos son restricciones más complejas, como complicados estándares
y estrictas normas sanitarias y fitosanitarias, reglas de origen kafkianas o limitaciones
estacionales y cotas variables.
En paralelo, la mayor parte de los países
del Sur han venido reduciendo paulatinamente sus cuotas y restricciones a las importaciones
de alimentos provenientes del Norte, produciéndose una completa asimetría en
las relaciones.
Esta injusta situación ha sido debido, en
gran parte, a que, aunque en teoría la gobernanza comercial internacional, supervisada
la Organización Mundial de Comercio, se funda en la idea de fomentar
globalmente el libre comercio, en la práctica las relaciones comerciales se
rigen, cada vez más por acuerdos bilaterales o regionales que establecen sus
propias normas. Al ser negociados por Estadios Unidos o Europa con cada país o
grupo de países del Sur individualmente, al Norte, dada su capacidad de
influencia y presión, le resulta fácil imponer sus condiciones. El hecho de que
en muchos países del Sur el poder político se encuentra con frecuencia controlado
por grupos de interés económico y elites locales poco interesados en el bien común
de sus ciudadanos, hace con frecuencia fácil para los negociadores del Norte
imponer sus restricciones comerciales en esos acuerdos sin mucha oposición real
por parte de los gobiernos del Sur.
Es evidente pues que, en su mayor parte,
el flujo internacional de alientos entre las economías desarrolladas y los países
en vías de desarrollo no se funda realmente
en el principio de libre comercio, sino en una especie de ley del embudo, donde
unos países (los del Sur) liberalizan sus mercados y otros (los del Norte) los
mantienen restringidos.
Pero abstraigámonos por un momento de lo
que sucede en realidad e intentemos imaginar una situación de libre comercio
real, ósea, donde ambas partes (y no solo una) liberalizan completamente tanto
las importaciones como las exportaciones. ¿Favorece el libre comercio verdadero
a la situación alimentaria de los países? (*)
Lo primero que observamos es que produce efectos
mixtos en cuanto a la disponibilidad de los alimentos. Por una parte, el
aumento de las importaciones que la liberalización comercial favorece,
incrementa la oferta de los mismos, lo cual es positivo, en principio, para la
seguridad alimentaria del país importador. Además, la competencia con nuevos
productos extranjeros puede tener un efecto de acicate en la economía local,
empujando a los agro-productores locales a producir más y mejor. Pero, por otra
parte, al facilitarse también las posibilidades de exportación, existe el
riesgo de que un mayor porcentaje de la producción nacional se dirija al
exterior, reduciendo la oferta de productos locales en el país; a ello se suma
el efecto de la competencia de productos tal vez más baratos importados
compitiendo con la producción de los agricultores locales muchos de los cuales pueden
ver caer sus ingresos, y con ello su seguridad alimentaria.
El acceso a los alimentos por parte de la
población puede o no mejorar tras un acuerdo de comercio libre: los precios de
la comida importada caerán, al desaparecer las tarifas, pero los precios de la
comida local que ahora también pasa a poder exportase subirán, al haber
aumentado su demanda.
La nutrición, igualmente, puede mejorar o
empeorar tras un acuerdo de libre comercio, según se mire el asunto: a priori brinda
la oportunidad para el consumidor local de acceder a una mayor variedad de
alimentos, y en muchas ocasiones de mayor calidad que los locales; pero, a la
vez, también abre las puertas a la entrada de alimentos procesados de bajo
nivel nutricional que tal vez reemplacen en la dieta a alimentos locales tradicionales
más sanos.
En cuanto a la estabilidad del sistema
alimentario, aquí también comprobamos señales contradictorias: La liberalización
comercial, sin duda reduce los riesgos de carestía estacional propios de una economía
cerrada en sí misma, pero, por otro lado, una mercado muy liberalizado tiene muy
poco margen de maniobra real ante una situación de crisis que requiera protegerse
de shocks externos, como, por ejemplo, embargos impuestos unilateralmente por
terceros países.
Resumiendo todo lo anterior, podemos
concluir afirmando que el libre comercio (cuando existe, que es casi nunca), en
sí mismo, ni favorece siempre ni es detrimental siempre a la seguridad alimentaria
de los países, y que cualquier generalización al respecto es peligrosa. Todo
depende de si el país en cuestión es exportador o importador neto de alimentos,
de las relaciones comerciales previas a la liberalización, de los niveles locales
de renta, de la estructura productiva (pequeños o grandes agricultores) etc.
Los argumentos en favor o en contra del libre comercio se basan casi siempre en presupuestos ideológicos abstractos y simplistas pero, analizado el asunto con la lupa de lo cotidiano, de repente todo es un poco más complicado... o a lo mejor más sencillo.
Los argumentos en favor o en contra del libre comercio se basan casi siempre en presupuestos ideológicos abstractos y simplistas pero, analizado el asunto con la lupa de lo cotidiano, de repente todo es un poco más complicado... o a lo mejor más sencillo.
Foto: Luis Echanove
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(*) La mayor parte de los argumentos siguientes están reelaborados
a partir del Food Security Annual Report de la FAO de 2015.