Hoy vuelvo a Nepal después de 25 años. Aquella primera vez viajaba más ligero de equipaje . Tenia 22 años recien cumplidos. He encontrado en mi cuaderno de notas de aquella aventura, algunos párrafos, que aquí transcribo.
19 de agosto, 1991
Escribo en el hotel, de
noche. Acabo de matar a una hormiga. Todo
corre a favor nuestro en Nepal. La comida y el alojamiento se adaptan al gusto
occidental, del que aún no sabemos bien cómo librarnos. Katmandú es de un color
fantástico. Los edificios de la ciudad vieja, de ladrillo roído y madera oscura
tallada, hechizan. Por fin hoy logramos contemplar a los lejos el Himalaya. Al
mediodía chispeó y el cielo permaneció gris durante el resto de la tarde. La
vida nos es grata aquí. Al fondo de nuestra memoria venidera se yergue la sombra inmensa de una Calcuta a
la que no dejo de temer.
Ayer asistimos a tres
cremaciones junto al río. Miré fijamente largo tiempo al cadáver envuelto en
paño naranja y cubierto con polvo de colores y coronas de flores. Colocaron el
cuerpo sobre la pira, prendieron fuego y sus miembros se doblaron, rígidos como
ramas y se abrasaron en poco tiempo. Carne de hombre quemada. Cuerpo inmóvil
entre el fuego. En el río, los niños no dejaban de jugar. Tomábamos fotos. Y el
cadáver ardía. Ardía. Hasta consumirse. Arrojaron a las aguas las cenizas. La
plataforma de cremación quedó desnuda, a la espera de otros cuerpos, de nuevos
fuegos, de savia para teñir de gris la corriente perpetua del río de escaso
caudal.
Ayer un cadáver me miró
largo rato y, através de su paño naranja, me habló, con la voz del fuego
crepitante. Ayer mi alma se dobló en dos partes, y vuelta sobre si misma, casi
temió quemarse.
25 de Agosto, 1991
Una noche en la pensión
de Katmandú. Las imágenes de los templos y los colores chillones de los campos
de arroz se arremolinaban en nuestras cabezas, frágilmente sostenidas por unos
cuerpos cansados de caminar y malcomer. Por delante nos esperaban semanas y más
semanas de vagabundeo entre olores de tandori, trenes nocturnos y laberintos de
callejuelas en ciudades azules.
Una noche en la pensión
de Katmandú. Con Rajastán y Deli a las espaldas y Benarés, Calcuta o Ladakh por
delante. Una noche más, una noche menos, de un viaje al fondo de nosotros
mismos.
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