Cada dos semanas voy con mis hijos a
la Mediateca francesa de Tiflis. Allí nos proveemos todos de cantidades
ingentes de libros que después devoramos a bocados, tirados en los sofás del
salón en las tranquilas tardes del domingo. Hoy, rastreando en la sección de comics, he dado de manera
casual con el tomo uno de Le Bouddha
d’Azur, del autor suizo Cosey. El
álbum contaba con todos los elementos necesarios para atraparme: ambientación
exótica (Tíbet), fidelidad exquisita
a los detalles (paisajísticos, arquitectónicos, antropológicos…); dibujo
preciso, claro y limpio; y argumento misterioso y aventurero pero
verosímil.
Resulta una delicia disfrutar de los esmerados y bellos dibujos de Le Bouddha d’Azur. Pero, más allá de la estética gráfica, lo verdaderamente cautivador de este comic es el argumento: una simple y a la vez compleja narratitiva de amor adolescente, cruzada por muchas pequeñas historias de amistad, y de dolor también; todo ello aderezado con un aire de misterio, mística y magia que, por alguna extraña convergencia, parecen extraídos de un ensayo de Mircea Eliade o de una novela de Kipling.
Cosey creció profesionalmente
a la sombra de Hergué y la escuela de la línea clara y, juzgada superficialmente, su obra podría
parecer una mera continuación de esa senda ya tan trillada. Fiel a los
principios básicos de la clásica tradición belga, las páginas de Le Bouddha d’Azur se van desenvolviendo
en un formato casi cinemático. Cada viñeta es un elaborado ejercicio de
fidelidad a los detalles y a la vez a la transparencia. Los familiares colores
planos, el esmerado dibujo a la tinta…
No obstante, desde la primera página nos damos cuenta de que nos encontramos frente algo sutilmente diferente: un grosor mayor en los trazos, la menor obsesión con la delimitación de los colores o esa difuminación imperceptible que, en Hergué, hubiera resultado anatema.
No obstante, desde la primera página nos damos cuenta de que nos encontramos frente algo sutilmente diferente: un grosor mayor en los trazos, la menor obsesión con la delimitación de los colores o esa difuminación imperceptible que, en Hergué, hubiera resultado anatema.
Pero hay algo más que hace a Cosey esencialmente diferente,y es que ese tono
infantiloide, tan irritante a veces, de los álbumes de Tintín, es en cambio en
Cosey madurez plena. Las escenas de Cosey parecen como versiones maduras de la aventuras de famoso reportero belga.
Lo que en Hergué sería
enfermizamente asexuado o ramplonamente maniqueo, en el álbum del viñetista suizo es
deliberadamente sugerente o políticamente comprometido. Porque Le Bouddha d’Azur
no es, valga decirlo, un comic apto para niños…pero tampoco es, ni mucho menos,
lo que se suele llamar un comic de adultos (que parece sinónimo de tebeo
pseudo-porno).
Cosey es a Hergue lo que Jung fue a Freud: El discípulo valiente que sabe
dar un paso adelante y, a partir de la veta abierta por el maestro, incurrir en
mundos nuevos, muchos más poliédricos de lo que su mentor nunca pudo llegar a soñar.
No tenían en la mediateca el tomo dos de la obra, y ya
me desvivo por conseguirlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario