Me ha tomado unos
cuantos años reconocerme a mí mismo que soy un tradicionalista de izquierdas.
Soy radicalmente de
izquierdas porque sueño y lucho por un mundo donde el lugar donde nazcas no determine las oportunidades que la vida te
ofrezca. Creo que la abolición de las clases sociales es una tarea pendiente en
la lucha por un mundo realmente justo, y creo también en el derecho fundamental al acceso a la educación,
a la salud, al trabajo, a la cultura y al ocio para todos sin distinciones de ningún
tipo, en la expropiación forzosa (mientras haya hambre en el mundo) de las fortunas
multimillonarias, en el derecho legitimo a rebelarse contra la miseria y en el deber
moral de combatir la pobreza.
Y soy tradicionalista
porque me atrae más lo agrario que lo industrial, lo ácrata que los partidos, lo
atávico que lo rabiosamente actual, las cooperativas que las sociedades anónimas…
Me mueve la espiritualidad y no el agnosticismo, la ecología y no la posmodernidad
urbanita. Me gusta más la serenidad profunda del arte románico o el gótico (en
sus acepciones medieval, decimonónica o contra-cultural) que las expresiones artísticas
provocativas e histéricas que tanto venden. Me gusta la antropología, el
queso muy curado, el gregoriano, los países de otoño y la música de los ochenta…soy
un caso perdido, ya lo sé.
Me aterra la memoria
negra del comunismo, con sus millones de muertos y su dogmatismo, tanto o más que
la sombra del dolor del capitalismo. Me da pereza la socialdemocracia, a la que
reconozco, no obstante, un papel fundamental en la humanización de las
sociedades occidentales. Detesto a las multinacionales, a los grandes bancos y
a los oligarcas de todos los pelajes. Las estructuras de los grandes partidos me
dan alergia (aunque estoy afiliado a uno de ellos…pero es que sobre todo, creo
que soy un poco contradictorio).
Me cuesta mucho encontrar
una opción política que en verdad refleje esas intuiciones, manías,
condicionamientos y esperanzas que forman mi personal forma de entender la sociedad
deseada, seguramente porque mi visión es tan estrafalaria que difícilmente pueda
encontrar un hueco en forma de partido político o grupo organizado de cualquier
clase.
Hay algunas corrientes estrambóticas, como el Partido Carlista, un ultra minoritario grupo de izquierdas
y raíces cristianas de base, cuyas diatribas (‘trabajamos por el nacimiento y la promoción de
estructuras y prácticas sociales que abran paso a unos contrapoderes
comunitarios auto-organizados que gestionen de forma realmente democrática y
participativa los recursos materiales y humanos de los pueblos) se acomodan
bien a estas delirantes ideas mías, pero que me producen cierta alergia porque,
por mucho que se hayan reconvertido, atufan un poco al clericalismo ultramontano
del que proceden. El anarquismo me
resulta fascinante, pero su versión más tangible, el anarcosindicalismo (de la
CNT o de la CGT) parece también atrapado en las largas sombras de su pasado. Además,
con lo mandón que soy, considerarme un ácrata
es poco creíble. Por último, no le puedo perdonar al anarquismo histórico su
coqueteo con la violencia indiscriminada. Antes que tradicionalista de izquierdas
soy pacifista.
Si os enteráis de algún grupo político para colgados como yo, avisadme, por favor.
1 comentario:
Pues en America latina ya somos millones gracias a todo lo que ha pasado en Venezuela esta ultima década. Otro mundo es posible y mientras tu lo piensas, se esta construyendo. Sin importar los ataques y la desinformación, el mundo no lo va a parar nadie.
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