Yo contemplaba absorto el maravilloso paisaje de montaña en el óleo. Mientras, una gruesa y malencarada celadora observaba con aire displicente a nuestros hijos correteando por los largos pasillos decimonónicos del museo. Al fin y al cabo, el mundo eslavo postsoviético tiene mucho de eso: alta cultura combinada con mala leche. Salimos al fin de la pinacoteca y encaminamos nuestros pasos a un parque público donde los niños pudieran desfogarse a gusto retozándose en la nieve. Aquella fue una decisión equivocada, tal y como los sabañones en las orejas Juanito nos harían ver días mas tarde: jugar en la nieve a menos quince bajo cero no es una buena idea.
Ateridos por el frío, cruzamos a pie el centro de Kiev camino del hotel. La gran avenida principal, peatonalizada por ser domingo, rebosaba de gente. Una brumosa luz amarilla iluminaba los grandiosos edificios estalinistas, haciéndoles parecer la tramoya de una gran opera.
Cenamos en un restaurante típico, en el sótano de nuestro hotel. Extranjeros y locales formaban a partes iguales el resto de la clientela, aunque con grandes diferencias entre ambos grupos: Los extranjeros eran todos cincuentones enchaquetados. La población local, por su parte, estaba representada por jovencitas en minifalda.
Ateridos por el frío, cruzamos a pie el centro de Kiev camino del hotel. La gran avenida principal, peatonalizada por ser domingo, rebosaba de gente. Una brumosa luz amarilla iluminaba los grandiosos edificios estalinistas, haciéndoles parecer la tramoya de una gran opera.
Cenamos en un restaurante típico, en el sótano de nuestro hotel. Extranjeros y locales formaban a partes iguales el resto de la clientela, aunque con grandes diferencias entre ambos grupos: Los extranjeros eran todos cincuentones enchaquetados. La población local, por su parte, estaba representada por jovencitas en minifalda.
Olalla que, pese a sus dos años de edad, es fuerte como una de esas matronas ucranianas del museo, hizo pedazos una copa chocándola contra la mesa. Visto el recelo local hacia los extranjeros, por un momento temí que el camarero, malhumorado, decidiera echarnos del restaurante tras el accidente. Muy por el contrario, se acercó con una sonrisa en la boca y retiró los pedazos de cristal de la mesa con tal soltura que parecía ir a clavárselos en la palma de la mano en cualquier momento. Le sugerí que tuviera cuidado. Me respondió riéndose y negando con la cabeza. Luego explicó que de niño se tragó una vez un vaso de cristal, así que, en cuanto a vidrio se refiere, estaba curado de espantos. Esa es la otra cara de la moneda del carácter ucraniano: simpática fanfarronería.
De regreso a la habitación, tomé de la recepción un periódico gratuito en inglés. En la portaba listaba a los cuarenta hombres más ricos de Ucrania. Entre todos, al parecer, acaparan el 60% del producto interior bruto del país. A juzgar por el artículo, ninguno de aquellos tipos era en verdad un empresario prometedor que hubiera puesto en marcha algún exitoso negocio. Su único merito había consistido en robar las grandes empresas publicas del Estado Soviético, durante la privatización de los noventa. Leí las pequeñas notas biográficas de aquellos cuarenta ladrones que el artículo incluía. Todos y cada uno de aquellos mafiosos son además miembros del parlamento ucraniano. Entonces comprendí el porqué de la cara de amargura de la celadora del museo esa mañana. Supe así que la tristeza en los rostros de Kiev no está causada por el frío cortante de los inviernos.
(Foto: Michael Totten)
1 comentario:
Que bien descrito está vuestro paso por Ukrania.
Lo que comentas de los ricos creo que desgraciadamente en tantos Paies ocurre.
Un besazo
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