Once de noviembre
Visito un centro de desplazados internos de la guerra de Agosto del 2008. Setenta familias de campesinos georgianos huidos de Osetia del Sur se hacinan en los pequeños cubículos del vetusto y desvencijado edifico estalinista. Me muestran los cerdos y las gallinas que crían en el patio, donados por nuestro proyecto con la FAO. Un viejo labrador me sonríe y habla. Goran, el coordinador del proyecto me traduce sus palabras: “Dice que el futuro de Georgia está en las manos de los campesinos, si el gobierno les diera acceso a semillas, a fertilizantes, a crédito, el país florecería de nuevo”. Asiento con la cabeza.
Doce de noviembre
Reunión en el Ministerio de Agricultura para discutir la estrategia de desarrollo del sector. Un alto funcionario, rechoncho y con esos ojos minúsculos propios de las personas desconfiadas, me suelta sin empacho: “¿Porqué el Gobierno tiene que ayudar a los pequeños campesinos, si son improductivos?”. Me tengo que contener para no vociferarle que tal vez porque esos pequeños campesinos son más de la mitad de la población del su maldito país, y viven en absoluta miseria. Me contengo y me limito a responderle que, precisamente, si el gobierno desarrollara programas en su ayuda, tal vez entonces podrían llegar a ser “productivos”.
Visito un centro de desplazados internos de la guerra de Agosto del 2008. Setenta familias de campesinos georgianos huidos de Osetia del Sur se hacinan en los pequeños cubículos del vetusto y desvencijado edifico estalinista. Me muestran los cerdos y las gallinas que crían en el patio, donados por nuestro proyecto con la FAO. Un viejo labrador me sonríe y habla. Goran, el coordinador del proyecto me traduce sus palabras: “Dice que el futuro de Georgia está en las manos de los campesinos, si el gobierno les diera acceso a semillas, a fertilizantes, a crédito, el país florecería de nuevo”. Asiento con la cabeza.
Doce de noviembre
Reunión en el Ministerio de Agricultura para discutir la estrategia de desarrollo del sector. Un alto funcionario, rechoncho y con esos ojos minúsculos propios de las personas desconfiadas, me suelta sin empacho: “¿Porqué el Gobierno tiene que ayudar a los pequeños campesinos, si son improductivos?”. Me tengo que contener para no vociferarle que tal vez porque esos pequeños campesinos son más de la mitad de la población del su maldito país, y viven en absoluta miseria. Me contengo y me limito a responderle que, precisamente, si el gobierno desarrollara programas en su ayuda, tal vez entonces podrían llegar a ser “productivos”.
(Foto: Juan Echanove)
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