He pasado un par de días en medio de la nada.
La nada se llama Santskhe Javakheti, y es una remota región de Georgia empotrada al borde de la frontera con Turquía y Armenia.
Mi viaje al vacío geográfico comenzó con una rústica fiesta de la cosecha, junto a un campo de patatas. Allí el jefe del cuerpo de bomberos local me ofreció mi primer trago de coñac Ararat. Su tono imperativo hizo irresistible la propuesta. Una puerta rota, colocada sobre cajones, hacía las veces de improvisada mesa del banquete. Mientras yo brindaba con los próceres del pueblo, a mis espaldas docena y media de ancianas vestidas de negro se deslomaban recogiendo a mano el tubérculo. Frente a nosotros, se abría majestuoso el lago Pastia. Husmeando en sus orillas encontré una piedra de obsidiana.
Cuando llegó el tractor, un impulso, sin duda etílico, me empujó a subirme al cubículo e intentar conducirlo. Fue entonces, creo, cuando los paisanos del lugar decidieron hacerme uno de los suyos.
Tras esa primera ‘supra’ (el banquete ritual georgiano) junto al campo de patatas, se sucedieron otras muchas: Una por cada pueblo que visitaba.
La región de Samtskhe Javakheti no es bonita, pero tampoco fea. Los pelados montes del Cáucaso Menor se alternan con vallecillos suaves. Antiguas terrazas agrícolas, ya en desuso, recortan a veces las pendientes. Como en Castilla, sobre los altozanos se alzan fortalezas del Medioevo. En los compactos pueblos armenios, de callejas lodosas y casillas de madera y piedra, los campesinos elaboran jaleas de rosas silvestres en enormes marmitas herrumbrosas. En Akhalsitje, la capital comarcal, los paisajes postindustriales del antiguo mundo soviético contrastan vivamente con la silueta del viejo palacio otomano. Vardizia, la mágica ciudad escavada en la roca, es sin duda el mayor (tal vez el único), reclamo turístico de la zona. Diez mil personas llegaron a vivir, en tiempos de la reina Tamar, en las cuevas colgadas de sus barrancos.
Mi conductor, que en realidad es arqueólogo, dice que Samtskhe Javakheti es el origen de la civilización occidental. Yo más bien pienso que es su frontera final.
La nada se llama Santskhe Javakheti, y es una remota región de Georgia empotrada al borde de la frontera con Turquía y Armenia.
Mi viaje al vacío geográfico comenzó con una rústica fiesta de la cosecha, junto a un campo de patatas. Allí el jefe del cuerpo de bomberos local me ofreció mi primer trago de coñac Ararat. Su tono imperativo hizo irresistible la propuesta. Una puerta rota, colocada sobre cajones, hacía las veces de improvisada mesa del banquete. Mientras yo brindaba con los próceres del pueblo, a mis espaldas docena y media de ancianas vestidas de negro se deslomaban recogiendo a mano el tubérculo. Frente a nosotros, se abría majestuoso el lago Pastia. Husmeando en sus orillas encontré una piedra de obsidiana.
Cuando llegó el tractor, un impulso, sin duda etílico, me empujó a subirme al cubículo e intentar conducirlo. Fue entonces, creo, cuando los paisanos del lugar decidieron hacerme uno de los suyos.
Tras esa primera ‘supra’ (el banquete ritual georgiano) junto al campo de patatas, se sucedieron otras muchas: Una por cada pueblo que visitaba.
La región de Samtskhe Javakheti no es bonita, pero tampoco fea. Los pelados montes del Cáucaso Menor se alternan con vallecillos suaves. Antiguas terrazas agrícolas, ya en desuso, recortan a veces las pendientes. Como en Castilla, sobre los altozanos se alzan fortalezas del Medioevo. En los compactos pueblos armenios, de callejas lodosas y casillas de madera y piedra, los campesinos elaboran jaleas de rosas silvestres en enormes marmitas herrumbrosas. En Akhalsitje, la capital comarcal, los paisajes postindustriales del antiguo mundo soviético contrastan vivamente con la silueta del viejo palacio otomano. Vardizia, la mágica ciudad escavada en la roca, es sin duda el mayor (tal vez el único), reclamo turístico de la zona. Diez mil personas llegaron a vivir, en tiempos de la reina Tamar, en las cuevas colgadas de sus barrancos.
Mi conductor, que en realidad es arqueólogo, dice que Samtskhe Javakheti es el origen de la civilización occidental. Yo más bien pienso que es su frontera final.
(Fotos: Juan Echanove)
2 comentarios:
Es interesante, como siempre en cualquier lugar del mundo que visitas, sabes sacar el maximo canto,, eres tan poetico que tus escritos son maravillosos
Y esa nada no es parecida en realidad a Castilla? Cuando leo tu descripción pienso en Soria o en Palencia.
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