La vida corre a
raudales
por tu cuerpo larguirucho.
Un corriente de
alto voltaje
invade el
desorden de tu cuarto.
ese aire de melancolía
despistada
y la chispa de
tus ojos vivos…
Siempre te he
comprendido.
No me preguntes
porqué.
Incluso ahora,
que ni tú misma
pareces saber a dónde
te lleva
este nuevo mundo
al que despiertas,
te sigo
comprendiendo.
Yo también tuve
catorce años,
fui a las ferias,
comía pipas
y daba la vida
por mi pandilla.
Yo también soñaba
todo a la vez.
Te miro hoy y
recuerdo
a la niña que
fuiste,
o espero a la
mujer que serás.
Estar ahí, para
escucharte,
para responder a
tus raudales
de preguntas
luminosas,
ese es el
quehacer al que me debo.
Carmen, la vida es, precisamente,
eso que tu presientes
ahora…
Un prado sobre el
que correr,
un mar para
navegar,
un sendero nuevo
para tu
bicicleta.
La vida, Carmen, es un milagro.
La vida, Carmen, es un milagro.