al mundo te guarde Dios.
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
Antonio Machado.
Pertenezco a esa generación para la cual
la Guerra Civil siempre fue una especie de larga sombra; un tramado de
historias familiares lejanas, heroicas o tristes, que marcaron ineludiblemente
la vida de nuestros abuelos y la infancia de nuestros padres. Era historia viva,
historia dura de entender, historia proyectada extrañamente desde su fondo
negro hasta el presente, como una maldición, como una vergüenza de sangre
vertida entre hermanos, inexplicable, atroz, legendaria, decisiva.
Creí desde niño que aquella fue una
matanza entre dos medias Españas. Pensaba yo que todos, o casi todos, tomaron
partido; que un tajo de sangre y odio dividió al país de cabo a rabo. Sólo al
cabo de los años supe que, entrambas, hubo tal ver una inmensa minoría de españoles
insensibles a las invictas soflamas de la derecha fascistoide o a las arengas revolucionarias
de las izquierdas radicales. Una España que, aunque sufrió la tragedia
tan en carne propia como las otras dos, si hizo la guerra fue por obligación, no
por convicción alguna.
No obstante, mi subconsciente, maleado
por esa visión maniquea de la guerra aprehendida en la infancia, en el fondo no
aceptaba con buenos ojos esa noción de una tercera España, atrapada entre las
versiones extremas y combativas de mi patria. Pensaba yo que aquello fue un momento
crucial sin espacio para los neutrales o los pasivos, un torbellino en el que había
que tomar partido de forma inequívoca. Los que no se mojaron, creía, serían los
menos. Las masas, obreras o católicas, pequeño burguesas o campesinas, urbanas
o rurales, se lanzaron de bruces a la lucha, en uno u otro bando, comprometidas
con sus ideales.
Ha caído hace poco en mis manos un breve
ensayo histórico de Joaquín Riera cuya tesis, desdice totalmente esa visión. En
su obrita La Guerra civil y la Tercera España,
Riera sostiene, a partir de la intrahistoria de sus propios antepasados, que la
guerra fue fundamentalmente la aventura de dos minorías radicalizadas
enfrentadas entre si y que, en el fondo, la mayor parte de los españoles se
posicionaron solo por obligación, no por convicción alguna.
El libro me ha dejado tan intrigado que
me he propuesto intentar dimensionar, cuantitativamente, cuál fue el peso real
de cada una de esas tres Españas (las dos que hicieron la guerra y la de enmedio).
Si por la noción tradicional de las dos Españas
nos referimos a las derechas y a las izquierdas en sentido amplio, resulta
obvio que esa tercera España era, contra la tesis de Riera, una minoría irrelevante.
En las elecciones parlamentarias de 1936, celebradas pocos meses previos al estallido de la
guerra, más de un 94% de los españoles votaron a partidos claramente de
derechas o claramente de izquierdas (repartido a partes casi iguales).
Podríamos añadir al menguado centro político a muchos de los que no votaron, presumiendo en su abstención una pasividad política, pero sería inadecuado, puesto que los numerosísimos anarquistas (casi un 10% de la población activa estaba afiliada a la CNT en 1936) no votaban y formaban, obviamente, parte de la España de izquierdas, no de la llamada tercera España. Descontado el no-voto anarquista, la abstención en el 36 fue nimia.
Podríamos añadir al menguado centro político a muchos de los que no votaron, presumiendo en su abstención una pasividad política, pero sería inadecuado, puesto que los numerosísimos anarquistas (casi un 10% de la población activa estaba afiliada a la CNT en 1936) no votaban y formaban, obviamente, parte de la España de izquierdas, no de la llamada tercera España. Descontado el no-voto anarquista, la abstención en el 36 fue nimia.
Mi estimación es que esa tercera España
de centristas (esa especie tan peculiar en la España cainita de entonces y de
ahora), más abstencionistas políticamente neutros, no llegaría ni al 20% de la población.
Pero hay otra forma de definir a la
tercera España: además de a los de centro y a los apolíticos, podríamos computar
en ese grupo a aquellos que, aun siendo claramente de derechas o de izquierdas,
a priori respetaban la legalidad vigente y no buscaban ni una involución ni una
revolución. Entrarían en ese caso en el sumatorio la mayor parte de aquellos
que en el 36 votaron a las derechas democráticas (la CEDA) así como a los
diversos partidos de izquierda republicana, y a una parte importante -pero no mayoritaria-
del electorado del PSOE.
El bando de la España ultramontana, decidida a erradicar la República para implantar un sistema totalitario de derechas, quedaría entonces mucho más limitado. En las elecciones del 36 solo un 10% de los españoles votaron a alguno de los partidos de extrema derecha de talante claramente subversivo y enemigos de la legalidad vigente (los carlistas, la Renovación Española de Calvo Sotelo, la por entonces nimia Falange y el aún menor Partido Nacionalista Español).
El campo de los revolucionarios de
izquierda, si lo limitamos a los declarados enemigos de la legalidad de la
democracia liberal-parlamentaria, también quedaría en ese caso bastante menguado,
pero no tanto: si sumamos sindicalistas ácratas, afiliados al PCE, al POUM, a
las izquierdas nacionalistas y a la UGT (un sindicato claramente marxista revolucionario
en 1936) alcanzamos fácilmente un 23% de la población activa de la España inmediatamente
previa al estallido de la guerra.
Así pues, y en resumen, en 1936 uno de
cada tres españoles (10% más 23%) estaba dispuesto a destruir la legalidad vigente, ya fuera
para implantar un régimen totalitario de perfil militar, fascista o teocrático católico;
o para hacer la revolución (en sus colores marxista, estalinista, trotskista o anarquista).
Los otros dos tercios, que no buscaban la guerra ni la revolución, se encontraron con ellas, y, al calor de la sangre y el contagio de la violencia, en gran medida, terminaron también tomando partido. La efímera y minúscula tercera España, la de Unamuno, Ortega o Madariaga, necesitó tres décadas para volver a levantar cabeza.
Los otros dos tercios, que no buscaban la guerra ni la revolución, se encontraron con ellas, y, al calor de la sangre y el contagio de la violencia, en gran medida, terminaron también tomando partido. La efímera y minúscula tercera España, la de Unamuno, Ortega o Madariaga, necesitó tres décadas para volver a levantar cabeza.
(Fotos: Luis Echanove; gráfico del autor)
5 comentarios:
Juan la Tercera España,como se indica en el libro que citas,no es solo ni mucho menos la de una exigua minoría intelectual,sino el grueso de los hombres en edad militar que tuvieron que ir contra su voluntad a la guerra y que, en gran cuantía,evadieron dicha obligación.La prueba de la falta de voluntarios españoles,por mucho que hubiesen votado a la derecha o a la izquierda (no votaron al Partido Radical por su corrupción y descomposición) no querían morir matando por causas ajenas a ellos(fascismo,nazismo,comunismo) ni por nada.Lo mismo ocurrió en la ex Yugoslavia y hoy en Siria:las victimas desmovilizadas superaron de largo a las minorías armadas.En el caso de España,como muestra el profesor Riera,la falta de soldados españoles requirió de ña presencia de tropas italianas,de aviadores alemanes y combatientes soviéticos asi como de brigadistas internacionalistas.Por tanto,la Tercera España si fue mayoritaria y aunque en febrero de 1936 se votara de manera polarizada ello no significa que se desease la guerra sino todo lo contrario:que una ideologia se impusiese a otra de manera democrática.Un saludo.
Hola.Totalmente de acuerdo.Votar no es apretar un gatillo para eliminar físicamente a tu rival ideológico o de clase.Yo también he leído el librito del que habláis y me ha quedado claro que la gente se afilió masivamente a Falange y a los sindicatos y organizaciones políticas de izquierdas para poder seguir trabajando y/o salvar la vida.En cuanto a los combatientes españoles en la guerra lo hicieron en uno u otro bando por pura chiripa geográfica y nada más.La Tercera España fue mayoritaria entre el pueblo llano,de eso no tengo ninguna duda.La coacción violenta fue la única manera de movilizar a hermanos contra hermanos.Agur.
Gracias por vuestros comentarios. que encuentro excelentes.
Las cifras que he usado sobre votantes y afiliados a partidos o sindicatos son las previas a la guerra, no las de la guerra en sí. Ciertamente cientos de miles de españoles se afiliaron a Falange o al Partido Comunista durante la contienda por mera razón de conveniencia (o de supervivencia muchas veces), pero a esos no los computo como de las dos Españas más radicales. El cálculo se refiere a Julio del 36, justo antes de la guerra.
En la entrada hablo de dos interpretaciones posibles de la Tercera España: La de Riera, conforme a la cual formaron parte de ella todos los no radicalizados antes del conflicto, en cuyo caso, efectivamente, eran una mayoría de en torno al 70% de los españoles, y una versión más expansiva y tradicional, según la cual las dos Españas las formaban aquellos que sin sombra de duda se identificaban como de derechas o de izquierdas, en cuyo caso la Tercera España era una minoría de como mucho un quinto de los españoles.
No suscribo la tesis de que los votantes tradicionales del Partido Radical eran necesariamente centristas. Tal vez lo habían sido antes, pero en el 36 la polarización política era tal que muchos de los que antes habían votado a ese partido estaban ya netamente posicionados en la derecha o en la izquierda. Y el momento político al que se refiere la entrada es el del estallido del conflicto, no el periodo de la República en general.
Este asunto de la Tercera España y su dimensión demográfica es una pura cuestión terminológica s, así que no me mojo sobre una definición o la otra, por eso ni quito ni doy la razón al profesor Riera (cuyo libro me parece un logro y un acierto), Todo depende de cómo definamos el termino de entre las dos opciones posibles.
Una cosa sí tengo clara y quiero en verdad subrayar: aunque los radicales no fueron mayoría, no obstante, eran muchos, muchísimos, cientos de miles, y no ‘cuatro locos’, como una versión demasiado maximalista de la Tercera España podría dar lugar a entender.
Por otro lado, estoy desde luego de acuerdo que la Tercera España, aun en su interpretación más reducida (centristas y apolíticos) no estaba formada solo por un grupo de intelectuales, sino por un segmento relevante de la población. la referencia final a algunos autores identificados tradicionalmente con la idea de la Tercera España no buscaba si no señalar que 'también' la formaban intelectuales, no que 'solo' la formaban intelectuales.
Las cooperaciones con Yugoslavia o Siria me parecen muy acertadas; la propia dinámica brutal del conflicto terminó posicionado a muchos millones de españoles, no por una identificación a priori con tal o cual ideología, pero por mero azar (donde te tocó hacer la guerra) o motivos personales (tal o cual bando mató a tu familia y te polarizaste).
Gracias de nuevo, sobre todo por mantener vivo el debate de esta memoria histórica de la (enorme o pequeña) tercera España.
Juan, soy el autor del segundo comentario a tu entrada.Suscribo tu matización menos en un punto que creo que es clave. Tú afirmas que hubo "cientos de miles" de radicales y no sólo "cuatro locos". Creo que nadie defiende que hubiese cuatro gatos radicales pero creo excesiva la cuantificación que tu das. El problema no era la cantidad de radicales que había en julio de sino la calidad de los mismos, esto es, el grado de poder que tenían, aún siendo una minoría para empujar a la guerra a una mayoría que no lo quería. Puedo ilustrar esta tesis con el ejemplo de la Revolución rusa de 1917 cuando una minoría radical (bolcheviques) impuso su voluntad a una mayoría reformista por la vía de la violencia y gracias a su control de los resortes coercitivos del estado.En España las dos minorías radicales de izquierdas y derechas dominaban o se hicieron con los resortes del poder por la vía violenta y a través de métodos coercitivos quebraron la voluntad de una mayoría de españoles indignados pero pacíficos.Gracias.
Totalmente de acuerdo contigo
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