viernes, 25 de diciembre de 2009

Crisis

En España hay una crisis económica. Y hay otras más, de las que ahora se habla menos.

Está la crisis del sistema de organización territorial del Estado, con un régimen de descentralización llevado a extremos absurdos: ¿de verdad es necesario contar con un calendario de vacunación infantil distinto en cada Comunidad Autónoma? ¿Tiene sentido que los niños canarios no estudien lo que es un río porque en su archipiélago no hay corrientes de agua permanentes? ¿Debe cada ciudad y pueblo de España contar con un puente o monumento diseñado por Calatrava o llevar a los Rolling a tocar en sus fiestas patronales? ¿y quien paga ahora las facturas cuando el ladrillo ya no llena las arcas municipales?

Está también la crisis social, no solo provocada por el hundimiento económico y el aumento desorbitado del paro, sino además acrecentada por años de emigración desmelenada sin programas de inserción y por una inequidad galopante, fruto de la cultura del pelotazo y de la mentalidad tan hispánica del ande yo caliente. Somos un país de nuevos ricos (esos que se forraron a base de stock options, recalificación de suelos, reventa de pisos y jugadas en bolsa) y de nuevos pobres (inmigrantes, desemplados, mileuristas). La clase media, en cambio, adolece de raquitismo.

Podemos hablar así mismo de una profunda crisis educativa. La única formación sistemática que muchos niños reciben es la del Nintendo. En nuestras endogamicas universidades se llega a catedrático mayormente en función de la habilidad propia en la ciencia del peloteo. La cultura tampoco anda en bonanza. En España se publica poco bueno e independiente y lo malo y escrito por encargo se vende cómo churros. Al cine, si no es 3D, ya no va ni la taquillera.

Como un paraguas cubriendo muchos de estos males, hay también que hacer referencia a la crisis de los partidos políticos. La ley electoral y las listas cerradas nos condenan a esta bipolaridad asfixiante que deja fuera de sitio a quienes no se deciden a comprar el paquete completo que el PP y el PSOE venden, ergo la elección es entre derecha rancia o pseudo progresismo.

Todos aquellos que no comulgan, en todo o en parte, con ninguno de los dos grandes partidos, como los liberales, los izquierdistas de verdad, los ecologistas, los centristas, y tantos otros, no tienen a quien votar o votan tapándose la nariz. Y de la mano de esa crisis del propio sistema de representación electoral, cabalga la crisis de liderazgo. Encontrar en cualquiera de los dos grandes formaciones a un político de la talla de los que forjaron la Transición resulta más arduo que descubrir armas de destrucción masiva en Irak.

Tampoco podemos olvidar la crisis ecológica. Cada vez producimos más gases de efecto invernadero, el Mediterráneo se ha convertido en una inmensa urbanización costera desde Huelva hasta Gerona y la España interior y rural sigue tan despoblada y olvidada como siempre. Teruel todavía no existe. Marbella existe demasiado.

Eso sí, hemos logrado ponernos en el vagón de cabeza en muchos nuevos ámbitos, tales como en número de campos de golf en parameras sin agua, porcentaje de chicas adolescentes que se operan las tetas, cuantía de vehículos de doble tracción inventados para el campo circulando por las calles de las ciudades, número de mafiosos rusos afincados en nuestras costas, volumen de programas del corazón en la programación televisiva o cantidad de cargos municipales con procesos de corrupción abiertos.

Puede parecer que estoy describiendo un cuadro demasiado pesimista. Pero es lo que hay.

Durante los últimos diez o quince años pensábamos que todo el monte era orégano. La obsesión con los bienes de consumo y la explosión del gasto nos hizo sentirnos ricos. Y nos creíamos que ser europeos era eso, ser ricos. Ser europeos es vivir en sistemas políticos que combaten la corrupción en todos los niveles, fomentan la igualdad social, castigan electoralmente a los políticos y a los partidos incompetentes, practican una economía sostenible y fomentan la educación en valores y no el culto a la pela. Tras vivir el supuesto glamour del 4x4 y el adosado ahora al fin nos caemos del guindo.

Hemos recogido lo que hemos sembrado. Nuestra crisis es, a fin de cuentas, la reseca después del despelote.

Entre tanto, y aunque lo que hace falta es menos torear la perdiz y mas coger al toro por los cuernos, los políticos se dedican a discutir la prohibición de las corridas. También se afanan en buscar la tumba de Lorca. Yo soy algo más escéptico, pero a lo mejor me equivoco y el fantasma del genial poeta al final resulta que nos trae alguna solución.

(Foto: Luis Echanove)

Blogear

Esta es la entrada numero doscientos en Chota Chunga. Han pasado dos años y medio desde la creación del blog. Tal vez es buen momento ahora para explicar el propósito que me llevó abrir esta ventana virtual y a escribir en ella con regularidad.

Primero de todo, como decía San Juan de la Cruz, una cautela: La regla numero uno de Chota Chunga es que no hay reglas. Entra todo: micro cuentos, brochazos de la realidad que me toca, análisis breves, poemas… todo menos reflexiones sobre el propio blog. Chota Chunga se explica por sí mismo, o no se explica en absoluto. Pero de repente he caído en la cuenta de que si la regla numero uno es que no hay reglas, no veo razón de peso para autocensurarme. Por eso cuelo esta entradilla auto referenciada, dedicada a Chota Chunga en Chota Chunga.

Yo antes pensaba que mantener un blog propio suponía un ejercicio de onanismo mental como otro cualquiera. Pero es porque estoy lleno de prejuicios. Puede que comenzase con Chota Chunga precisamente para matar alguno de esos prejuicios. Sufro de miedo escénico (en grado tolerable), y a la vez adolezco de unas irrefrenables ganas de confrontar los miedos a las bravas. Por eso también empecé con el blog: para exponerme al escenario de improbables lectores, sufrir ese pavor a ser leído y luego superar el miedo sin contemplaciones.

Chota Chunga es el sitio de mi recreo, mi patio de colegio virtual para jugar a escribir. Aunque sólo eso buscaba cuando comencé, a lo largo del tiempo he descubierto otras utilidades. Una es que me ejercita en la disciplina de escribiente. Cuando se escribe con la vana intención da ser leído por otros, no queda otro remedio que intentar hacerlo con alguna calidad. Lograrlo o no es otro cantar, pero en esto de escribir, como en el arte de la cocina, la prueba la da el paladar. La letra escrita se disfruta en realidad con las papilas gustativas.

Creía que escribir en un blog era como lanzar al mar un mensaje en una botella. Estaba equivocado. Escribir un blog es iniciar un dialogo, un dialogo con vosotros, que lo leéis.

Gracias por la conversación.
(Foto: Luis Echanove)

jueves, 24 de diciembre de 2009

Subsahariano

Lo encontraron tirado en la playa de Maspalomas. Vestía con ropas aparentemente costosas, de corte exótico. Todavía jadeaba, pero con enorme dificultad. La respiración artificial no sirvió de nada. Inhaló su ultima ráfaga de aire allí mismo, tirado sobre la arena blanca. La patera, pintada de colores vivos y repleta de paquetes envueltos con primor, apareció días después a la deriva en alta mar. Al subsahariano muerto lo llevaron a la morgue. En el bolsillo interior de un gabán verde, con aspecto de capa, apareció un documento de identidad. Solo el nombre de pila resultaba legible: “Baltasar”.

Ese año un tercio exacto de los niños españoles se quedaron sin regalos.

(Foto: Luis Echanove)

Navegar

Me desespera navegar por Internet con una conexión de red tan lenta, un procesador de textos poco amistoso y este minúsculo ordenador. Las páginas bajan despacio, con un aspa roja de San Andrés en lugar de las fotos. Pero yo sigo intentándolo, mientras escucho una vieja canción de Los Secretos en voz de cantautor. Es una noche extraña, lluviosa, algo triste, y de Navidad. Todos los ingredientes para una depresión ligera si fuese depresivo. Pero no lo soy, y por eso reviso páginas de la Web que afloran a borbotones lentos en la pantalla, como el goteo de esta lluvia que ya muere.

Algo ha pasado. De pronto todo es más rápido, no solo la conexión, también la música. Y ahora sí, ahora leo con fluidez aquello que la red coloca ante mis ojos. Ahí está, ese blog extraño, encontrado al azar, con un texto raramente familiar. Ahí está, delante de mis ojos cansados tras muchas horas con las lentillas puestas. Y el texto dice así,

“Me desespera navegar por Internet con una conexión de red tan lenta, un procesador de textos poco amistoso y este minúsculo ordenador. Las páginas bajan despacio, con un aspa roja de San Andrés en lugar de las fotos. Pero yo sigo intentándolo…”

(Foto: Luis Echanove)

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Palabras atrapadas

Lo dijo de repente, casi sin pensar, como muchas de las cosas que decía últimamente. Lo dijo sin modular la voz, como se responde a una pregunta inoportuna cuando se comen patatas fritas ante el televisor. Lo dijo sin elevar la voz, pero tan poco bajito, más bien sobre el limite de lo claramente audible, pero solo sobre el limite, no por encima. Lo dijo con un deje de tristeza muy ligera, en realidad solo apreciable por alguien experto en su tono de voz y en sus estados de ánimo.

Lo dijo así, porque sí, sin ninguna razón aparente, que es como se dicen las cosas más importantes y también las más peligrosas: porque cuando falta una sola razón para decir algo es casi seguro que de fondo hay muchas razones para decirlo, muchas, muchísimas razones, tantas que es imposible distinguir las unas de las otras y al final todas se alborotan en la mente, como en una madeja de lana cuyo hilo son esas confusas ideas.

Pero al fin y al cabo, el asunto es que lo dijo. Y cuando algo se dice queda dicho, valga la perogrullada. Puede que las palabras se las lleve el viento, pero no sabemos bien a donde, así que en el camino a su incierto destino final, las palabras quedan atrapadas en la cabeza de quien las escucha. Y eso es exactamente lo que pasó cuando él dijo lo que dijo. Lo dijo sin querer, o a lo mejor a posta, pero lo dijo y ya no hubo marcha atrás: como cuando se dispara una bala, o se arroja un florero por la ventana. Uno puede arrepentirse de hacer tales cosas, pero al final el resultado es invariable. La bala impacta. El macetero se rompe contra el suelo. Y las palabras, las palabras que él dijo, se quedaron atrapadas en la cabeza de quien las escuchó.

Y ahí siguen, atrapadas.

(Foto: Luis Echanove)

martes, 15 de diciembre de 2009

Mundo ideal

La culpa de todo la tiene Aristóteles. Tal vez exagero: la culpa de casi todo. Puede que educase bien a Alejandro Magno hasta hacer del chaval macedonio un conquistador compulsivo, pero por lo que respecta a su filosofía, su principal logro fue tirar por la borda la belleza del pensamiento griego anterior a él.

Me enseñaron en la escuela que la grandeza de los filósofos griegos radicó en dejar a un lado el pensamiento mítico y reemplazarlo por el culto al Logos, al raciocinio abstracto. En realidad, ese punto de inflexión solo se produjo con el plasta de Aristóteles y sus fabulas supuestamente objetivas sobre motores, causas y efectos. Los presocráticos, incluidos los pitagóricos, se movían aún en las apasionantes y surrealistas aguas del mito. Platón, por su parte, fue el eje intermedio del proceso, a caballo entre el mundo onírico y el racional. Platón fue el primero que logró esa curvatura del círculo consistente en bañar de racionalidad el mito, o, si se prefiere, en cubrir de poesía lo meramente cerebral. Por eso, para mi Platón sigue siendo el más grande.

Los pensadores que más admiro (Plotino, Spinoza, Bruno, Kierkegaard, Hegel y el idealismo, los románticos, Nietzsche, Fromm, Jung, los existencialistas) son aquellos que se dejaron llevar por ese sabor a Oriente y a mística. Todos ellos bebieron de las fuentes de Platón. En cambio reniego de aquellos otros que, como el empalagoso Santo Tomás o el soporífero Kant, fueron incapaces de volar por encima de sus enrevesamientos neuronales.

La devoción extrema la racionalidad y al silogismo supone dejar a un lado todo aquello que en verdad nos motiva, y en ultima instancia, nos hace felices: el arte y la belleza, el mundo de los sentimientos, de los ideales, de los sueños y de (porqué no decirlo) la irracionalidad. Claro que también en el campo platónico ha habido interpretaciones desvariadas que no han conducido a nada bueno (por ejemplo: la malversación que los nazis hicieron de Nietzsche), pero sigo pensando que el idealismo está mas cerca de lo esencialmente humano que la noción escolástica de la vida, según la cual todo se explica por causas y efectos analizables con el raciocinio.

Al final ha resultado que las ciencias puras han dado la razón a Platón. Ni los átomos ni las supernovas se rigen por esa lógica lineal y estrecha de gusto aristotélico.

Seguimos en la misma cueva de siempre, mirando siempre el reflejo de un mundo ideal.

(Foto: Luis Echanove)

martes, 1 de diciembre de 2009

Transporte en el Caspio

El tipo me mira con ojos de tahur, o de cabecilla de los malos en una película sesentera de James Bond.

Se las sabe todas. Parece estar riéndose de nosotros, los existentes, los sesenta o setenta tipos de corbata entorno a una mesa ovalada de longitud inverosímil. La pajarita le aprieta, pero él no pierde esa actitud de listo de la clase. El tipo parece relajado en su cuadro de gran formato, pese a lo forzado de la pose. Lamparillas estilo Imperio y una colección de pinturas de realismo soviético alusivas a diferentes medios de transporte completan la decoración de las paredes del salón de plenos ministerial. El óleo del tren me gusta: Es una locomotora verde en escorzo avanzando por un erial de charcos y tendidos eléctricos, bajo un cielo nuboso e irreal. Parece un cromo antiguo, o el dibujo de la portada del Ibertrén.

A mi lado, un hombre con mostacho y pinta de funcionario de país remoto mira sin pestañear la pantalla del Power Point. Sus ojos están en blanco, y la pantalla también (¿qué mira entonces?). En el otro extremo de la mesa alguien habla en inglés con tono tedioso y un sedante acento francés, superpuesto torpemente por el doblaje al ruso. Nadie presta atención, nadie pregunta…silencio denso.

El aburrimiento es tan espeso que se podría cortar con tijeras de podar.

Desde su retrato de marco dorado, el Padre de la Patria sigue mirándome con sus ojos de jugador tramposo. El tipo me intenta sobornar con su mirada picara, me pide que le desenganche de la pared, que le saque del marco, que le deje sermonearnos en esta conferencia interminable. Y yo ya no sé qué hacer para rehuirle.

Post scriptum: Me voy a levantarme ahora mismo. Tiraré el ordenador portátil con todas mis fuerzas contra el maldito lienzo. Voy a estampárselo en medio de su sonrisa de listillo. A mí me meterán en la cárcel, pero los aquí presentes agradecerán la iniciativa. Les voy a ofrecer una excelente anécdota para contar cuando vuelvan a casa. Ya verán, ya. Ahora sí que van a dejarse de aburrirse.

(Foto: Luis Echánove)

Bakú

Bakú, capital de Azerbaiyán, es a las ciudades del mundo lo que el gas a la física: su estado natural es el cambio. Y el dinero del gas -natural - es, precisamente, el motor de ese estado de ebullición urbana. Aceras levantadas, andamios omnipresentes…pareciera como si todo fuera a ser construido de nuevo y en pocos días, gracias al nuevo milagro económico azerí.

Cuando el viajero se acostumbra a saltar fosas en las aceras y a huir del polvo de las obras descubre una ciudad interesante. Minaretes persas salpican el pequeño centro histórico amurallado. Extramuros se abren los elegantes barrios surgidos en el boom anterior, el de inicios del siglo XX, cuando la mitad del petróleo del mundo se extraía de las riveras del mar Caspio. Docenas de villas inmensas, mansiones de nuevos ricos de hace ciento diez años muestran sus balaustradas mitad orientales y mitad parisinas a lo largo de los bulevares arbolados.

En Bakú es fácil olvidarse de que uno se encuentra en una capital musulmana, entre tanta minifalda y anuncios de cerveza. Azerbaiyán quizás el país de mayoría islámica más laico del mundo. Se diría que la religión principal es el culto al presidente, cuyas fotos, en rictus leninista, cubren todos los rincones.

No sé qué pensar de esta ciudad. Resulta demasiado contradictoria para explicarla. No es europea, pero tampoco asiática. No es hermosa, pero tampoco fea. Es muy moderna, y a la vez muy arcaica. Sus calles comerciales, peatonalizas, son una invitación al paseo. Sus caóticas autovías, una invitación a la reclusión.

Tal vez Bakú no existe. O existe sólo a medias. Y tal vez un día el gas natural se agote y Bakú se convierta de nuevo en el polvazal de pobreza que un día fue, para resurgir luego, de la mano de un milagro futuro, en un ciclo eterno de explosión y contracción.

Bakú…que nombre tan bonito, el de esta ciudad extraña.