Gajes del oficio
Se ha colocado un trapo sucio entorno a la muñeca. Se lo ha enroscado con desgana, porque no quiere reconocerse así mismo ni a nadie que aquello duele, duele mucho, abrasa…
Se ha colocado un trapo sucio entorno a la muñeca. Se lo ha enroscado con desgana, porque no quiere reconocerse así mismo ni a nadie que aquello duele, duele mucho, abrasa…
Con la mano izquierda, la que no quema, agarra el balde repleto del fluido espeso. Ha sangrado tres docenas de árboles esa mañana. Bastante…hasta que se macheteó la muñeca. Un golpe torpe, eso fue todo. Vuelca el líquido en el contenedor de plástico, a la vera del camino. Tras él, más de veinte operarios hacen cola con sus cubos cargados hasta los bordes. Llega la noche. Las mosquiteras sirven para poco. Rajadas, recosidas y vueltas a rajar, como la piel de un puma…están hechas trizas. Los jirones cuelgan del techo y se mueven suavemente con el viento. Penetra una serena espesa, espesa como el látex que recopilan de los troncos día tras día. La selva ulula en la noche. El hombre duerme mal. Se revuelve sobre sí mismo, espanta los mosquitos con golpes cansados. El hombre ha trabajado demasiado. El hombre ha vivido demasiado. Pero es joven.
El camión atraviesa la polvorienta senda con esfuerzo y coge con gusto la pista asfaltada. El conductor se sonríe, feliz de poner fin a los traqueteos incesantes. Pero no se relaja, esa carreta es peligrosa…demasiados baches, demasiados animales en la vía. Llega la hora de la descarga. El toro mecánico agarra los pesados contenedores como si fuesen pencas de algodón. Y luego al barco. Sobre la baranda el marino sestea, aburrido de no hacer nada, aburrido de ser excluido de todas las decisiones. Todavía queda semana y media de viaje hasta Barcelona. Sabe que, después de éste, no habrá otros viajes. Se siente extraño, pero no se agotará con esfuerzos, no repetirá el error de treinta años sudando entra las grasas negras de una sala de máquinas. Sabe que ese es su último viaje. ¿Y la indemnización?...no preguntará por la indemnización. Es demasiado orgulloso.
El oficio cambió mucho desde la llegada de la era de las computadoras. Ya no hace falta trazar palotes sobre planillas enormes. Se van apretando botones. Eso es todo. Por eso la aduanera está deseando que la entreguen los documentos. Es la parte más creativa de su trabajo. Hay que leerlo todo. Los errores abundan. Pocos saben llenar un bill of landing con exactitud. “Ciento veinte dos toneladas de látex líquido. Origen: Bangla Desh”. Peso…¿dónde está indicado el peso neto? Esto es absurdo…indican el volumen pero…¡no el peso! Otro documento erróneo.
El camión atraviesa la polvorienta senda con esfuerzo y coge con gusto la pista asfaltada. El conductor se sonríe, feliz de poner fin a los traqueteos incesantes. Pero no se relaja, esa carreta es peligrosa…demasiados baches, demasiados animales en la vía. Llega la hora de la descarga. El toro mecánico agarra los pesados contenedores como si fuesen pencas de algodón. Y luego al barco. Sobre la baranda el marino sestea, aburrido de no hacer nada, aburrido de ser excluido de todas las decisiones. Todavía queda semana y media de viaje hasta Barcelona. Sabe que, después de éste, no habrá otros viajes. Se siente extraño, pero no se agotará con esfuerzos, no repetirá el error de treinta años sudando entra las grasas negras de una sala de máquinas. Sabe que ese es su último viaje. ¿Y la indemnización?...no preguntará por la indemnización. Es demasiado orgulloso.
El oficio cambió mucho desde la llegada de la era de las computadoras. Ya no hace falta trazar palotes sobre planillas enormes. Se van apretando botones. Eso es todo. Por eso la aduanera está deseando que la entreguen los documentos. Es la parte más creativa de su trabajo. Hay que leerlo todo. Los errores abundan. Pocos saben llenar un bill of landing con exactitud. “Ciento veinte dos toneladas de látex líquido. Origen: Bangla Desh”. Peso…¿dónde está indicado el peso neto? Esto es absurdo…indican el volumen pero…¡no el peso! Otro documento erróneo.
Sabe que es demasiada materia prima para las capacidades de producción actuales. Pero, ¿qué puede hacer? En está época de crisis si uno reduce los pedidos a los proveedores se expone a que le suban los precios, o, lo que es peor, a que la próxima vez no te cumplan en forma y plazo. Genaro sabrá hacerse cargo del problema en el almacén. Y sino, que se envíe más mercancía a la fábrica y santas pascuas.
Nunca piensa en lo que está haciendo. Es tedioso…horriblemente tedioso, aunque sencillo de describir: Con dos varas largas de metal empuja los profilácticos ya empaquetados que, en la cadena de montaje, y como efecto de la fuerza centrífuga, tienden a salirse hacia los lados de la banda justo antes de que entren en la máquina empacadora. Creía que cuando su madre lo supiera se disgustaría:
- Mamá, he encontrado curro…en una fábrica de preservativos.
- “Pues muy bien hija. Eso es lo que hace falta, que te paguen bien”.- como siempre, la respuesta de su madre patina con relación a la pregunta… ¿acaso ha dicho ella algo de un salario alto? No, no es alto, ni tan siquiera decente…sólo con que se quedase con el porcentaje que le arrebata la empresa de trabajo temporal estaría más que satisfecha.
- Satisfecha.
- ¿De verdad? ¿te quedaste satisfecha?
- José….que sí, te lo juro, satisfecha.
- Para mí que tuvieron que ver los condones…eran de los extrafinos esos. Cuestan unas pelas, pero la diferencia la sientes, digo yo.
- Pues compra siempre de esos Jose, y nos seas ratilla coño, que tu con tal de ahorrar te colocarías una bolsa de plástico del PRYCA.
Recuerda mentalmente la conversación. “No seas ratilla”, “no seas ratilla”…siempre la misma monserga… ¡como se nota que quien se ganaba el sueldo no era ella! Llega a la farmacia un poco enfurruñado con esos pensamientos. Pide un paquete de doce. La farmacéutica se los ofrece empujando el paquetito sobre el mostrador como con desgana.
- Son veintidós euros.
- ¡Joder!
- No sea grosero que yo no tengo la culpa. El precio ya viene de fábrica.
Todo preparado. Velas alargadas en el candelabro de hierro forjado. Puerta entreabierta dejando penetrar apenas un hilo de luz desde la salita. Un trapo rojo sobre la lámpara de mesa. Y ella, con su ropa interior más coqueta. Una noche memorable.
- Hay!
- Jose! ¿Qué te ha pasao?
- No se tía, pero mientras abría la caja de condones me he doblado la mano…espérame un momento.
Se va al baño. Se ha colocado un pañuelo entorno a la muñeca. Se lo ha enroscado con desgana, porque no quiere reconocerse así mismo ni a nadie que aquello duele, duele mucho, abrasa…
Nunca piensa en lo que está haciendo. Es tedioso…horriblemente tedioso, aunque sencillo de describir: Con dos varas largas de metal empuja los profilácticos ya empaquetados que, en la cadena de montaje, y como efecto de la fuerza centrífuga, tienden a salirse hacia los lados de la banda justo antes de que entren en la máquina empacadora. Creía que cuando su madre lo supiera se disgustaría:
- Mamá, he encontrado curro…en una fábrica de preservativos.
- “Pues muy bien hija. Eso es lo que hace falta, que te paguen bien”.- como siempre, la respuesta de su madre patina con relación a la pregunta… ¿acaso ha dicho ella algo de un salario alto? No, no es alto, ni tan siquiera decente…sólo con que se quedase con el porcentaje que le arrebata la empresa de trabajo temporal estaría más que satisfecha.
- Satisfecha.
- ¿De verdad? ¿te quedaste satisfecha?
- José….que sí, te lo juro, satisfecha.
- Para mí que tuvieron que ver los condones…eran de los extrafinos esos. Cuestan unas pelas, pero la diferencia la sientes, digo yo.
- Pues compra siempre de esos Jose, y nos seas ratilla coño, que tu con tal de ahorrar te colocarías una bolsa de plástico del PRYCA.
Recuerda mentalmente la conversación. “No seas ratilla”, “no seas ratilla”…siempre la misma monserga… ¡como se nota que quien se ganaba el sueldo no era ella! Llega a la farmacia un poco enfurruñado con esos pensamientos. Pide un paquete de doce. La farmacéutica se los ofrece empujando el paquetito sobre el mostrador como con desgana.
- Son veintidós euros.
- ¡Joder!
- No sea grosero que yo no tengo la culpa. El precio ya viene de fábrica.
Todo preparado. Velas alargadas en el candelabro de hierro forjado. Puerta entreabierta dejando penetrar apenas un hilo de luz desde la salita. Un trapo rojo sobre la lámpara de mesa. Y ella, con su ropa interior más coqueta. Una noche memorable.
- Hay!
- Jose! ¿Qué te ha pasao?
- No se tía, pero mientras abría la caja de condones me he doblado la mano…espérame un momento.
Se va al baño. Se ha colocado un pañuelo entorno a la muñeca. Se lo ha enroscado con desgana, porque no quiere reconocerse así mismo ni a nadie que aquello duele, duele mucho, abrasa…