Otra vez la dificultad de mantener el foco de atención en lo cotidiano cuando el mundo vuelve a desmoronarse alrededor de uno; la inquietud por los más mayores, por los familiares, por el dolor posible… y el dolor ya presente. A apenas dos kilómetros de aquí, docenas de personas se baten entre la vida y la muerte entubadas en el hospital universitario de Estrasburgo.
La esperanza no puede confinarse, ni las ganas de vivir, de volver a abrazarnos. La vida es demasiado maravillosa para caber en un confinamiento
Ante la tragedia externa e inexplicable, algunos humanos esconden la cabeza negando la realidad o inventando teorías conspiratorias demenciales; otros muchos se aferran a buscar culpables (son los ‘otros’ quienes tienen la culpa… siempre los otros: los chinos que esparcieron el virus; los jóvenes que no respetan las normas; los votantes de otras opciones políticas que sustentan a los supuestamente incapaces gobiernos actuales…siempre los otros).
Esos que tanto culpabilizan son como los niños cuando se enfadan con sus juguetes cuando estos se rompen. Siglos de pandemias y nunca aprendemos lo esencial: En la edad media se acusaba a los judíos o a las brujas como responsables de la peste negra. Las pandemias no tienen ‘culpables’; si, hay relaciones causales, y por supuesto puede haber responsabilidades individuales o colectivas que contribuyen a ellas y es importantísimo mantener un espíritu crítico al respecto. Pero en lo esencial las pandemias simplemente ‘suceden’, acontecen, forman parte de la naturalidad más absoluta de la biología sobre la Tierra y de la realidad de la existencia humana.
No se puede escapar de la muerte, no se puede pretender que existe una vida sin alguna forma de dolor o sufrimiento. Lo que sí se puede, es aprender a convivir con esa realidad y crecer como seres humanos ante la adversidad.
Estoy confinado otra vez… sí, pero confinado en un ambiente privilegiado, confinado, pero con acceso a un ordenador para compartir estos pensamientos. Confinado pero con trabajo. Confinado pero en casa, no en el hospital.
La esperanza no puede confinarse, ni las ganas de vivir, de volver a abrazarnos. La vida es demasiado maravillosa para caber en un confinamiento
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