viernes, 30 de septiembre de 2016

Cuatro mil doscientos veinte

Este mes (septiembre de 2016), Chota Chunga ha sido visitado 4,220 veces, lo cual constituye un record absoluto mensual en sus ya nueve  años de andadura.

Gracias a todos.



África

Llevaba 40 años esperando este momento. África me cautivó con siete, viendo los álbumes antiguos de cromos de mi padre. Con 10 hice un mapa a mano alzada, gigante , en varios folios pegados, de todo el continente, emplazando los nombres de cuantas tribus y etnias encontraba en nuestro diccionario enciclopédico familiar. Todavía puedo enumerar de memoria docenas de ellas… (Sudáfrica: zulú xhosa, pondo, tembu, sotho, suazi, venda, ndebele, khoi-san…) 

Después de más de dos décadas dando rulos por el mundo, después de visitar 60 países, dejándome la piel en unos cuantos de ellos, al fin he pisado África Subsahariana por primera vez. 

El flechazo ha sido total, absoluto. Instantáneo. 

He vuelto a dentro de mí….para ya no irme. 

domingo, 25 de septiembre de 2016

Contando elefantes


Siempre me ha gustado conocer las cifras de todo aquello que me interesa. Tendemos a entender el mundo a partir de apriorismos subjetivos, de modo que casi siempre nos olvidamos de que, a fin de cuentas, todo existen en determinado número. Pensamos, por ejemplo, que África es un continente poblado por un inmenso número de omnipresentes animales salvajes:  imaginamos las sabanas del continente pobladas por millones de cebras, jirafas, elefantes o leopardos.

Hoy me ha picado la curiosidad y he navegado extensamente por Internet intentando poner cifras a esos grandes animales africanos. Calcular el número de hipopótamos o de bonobos no es precisamente un ejercicio tan preciso como hacer un censo de población de humanos. No obstante, en los últimos años los biólogos han hecho un esfuerzo serio para calcular a grandes rasgos cuantos ejemplares quedan de muchos de los mamíferos africanos más populares. No obstante, contar grandes ‘bichos’ no es, ni mucho menos, una ciencia exacta. He tenido que consultar más de una treintena de páginas Web para obtener resultados convincentes, y de algunas especies que también me interesaban, como las gacelas, las hienas, no he encontrado ni la minina referencia poblacional.

A pesar de todo me doy por satisfecho con los datos que he logrado reunir. Son verdaderamente sorprendentes…y tristes. En África viven 1,100 millones de personas, pero solo 30,000 leones. Las cebras, que tan numerosísimas nos parecen cuando las vemos en grandes manadas en los reportajes de la tele, son en realidad tan solo unas 660,000 en todo el continente; ósea, hay una proporción de una cebra por cada 2,000 africanos, más o menos.

Las cifras también nos permiten sopesar la importancia de unos animales respecto de otros, y los resultados son a veces sorprendentes. Por ejemplo, tienes 20 veces más posibilidades de avistar en África un leopardo que un guepardo, y también es inmensamente más probable toparse con un elefante en lugar de con un rinoceronte. Yo nunca hubiera dicho que de hecho hay casi el doble de elefantes que, de chimpancés, o que hay muchísimos más hipopótamos que jirafas.

En el fondo, tiene sentido que nuestra imaginación nos engañe y nos haga pensar que en realidad son muchos más los animales que pueblan África, ya que hubo un tiempo en que las cosas, en verdad, eran bien diferentes. Es estima que hace un siglo vivían en África 4 millones de elefantes; hoy se calcula que su población se ha reducido a algo más de una décima parte de esa cifra. Los leones, por su parte, pasaron en el mismo periodo de 200,000 a 30,000, en tanto que, en el caso de los rinocerontes, la caída ha sido en estos algo más de 100 años, todavía más brutal: de 400,000 a 26,000.

La estimación más antigua del número de gorilas en África data de los años 60. En aquella época se consideraba que casi un millón de estos grandes simios poblaban el trópico africano. Los censos actuales han reducido ese número a apenas 160,000. El caso de las jirafas es particularmente llamativo: En los últimos 15 años han caído a la mitad.

El primer paso afrontar un problema es conocer su dimensión real. África está viviendo una extinción masiva de especies. Por mucho que las fotos del National Geographic aún nos muestren un idílico paraíso superpoblado de maravillosos animales, la verdad es que, fuera de contados parques naturales, África es ya un yermo de la gran fauna. 

miércoles, 21 de septiembre de 2016

¿Somos demasiados los cooperantes?

A nivel global el número de expatriados cooperantes procedentes del Norte lleva años reduciéndose en el mundo, como efecto de la creciente incorporación de profesionales de países en Vías de Desarrollo en las ONG, empresas consultoras y organismos internacionales, motivado tanto por su cada vez mayor cualificación profesional como por una cada vez más  horizontal visión del desarrollo, unido todo ello a las políticas de abaratamiento de costes. Esta tendencia ha sido aún más veloz en América Latina, tradicional destino de una parte sustancial de los cooperantes españoles. 

A este factor cabe sumar, en el caso español, y desde el estallido de la crisis económica hace ya casi 8 años, la masiva reducción de fondos públicos para ayuda oficial al desarrollo y los recortes en las donaciones, lo que ha llevado al cierre de numerosas ONG, reducción drástica del número de consultorías y consecuente caída significativa de personal en el sector. Según cifras de la CONGDE, entre 2008 y 2016 el número de cooperantes en el exterior trabajando para ONG españolas se redujo en un masivo 55% (*).

Es cierto que, en contrapartida, el número de españoles incorporados a organismos internacionales, ONG de otros países y hasta agencias bilaterales de cooperación extranjeras ha crecido en los últimos tiempos, como consecuencia de la mejora de la cualificación de nuestros cooperantes (que cada vez acumulan más años de experiencia y dominan más y mejor otros idiomas), las políticas proactivas del último gobierno socialista para integrar españoles en Naciones Unidas y otras agencias multilaterales y sobre todo, en razón de la necesidad de muchos de buscar otras alternativas de empleo ante la caída del sector en nuestro país. 

No obstante, ese aumento de cooperantes españoles trabajando para empleadores no españoles no ha compensado, ni de lejos, la caída de la oferta de puestos en organizaciones españolas. Por otra parte, la cierta reducción de la tradicional precarización laboral del sector a partir de 2010 y 2011 (cuando se llevó a cabo la regularización de los responsables de programa de la AECID y de los agentes contractuales en delegaciones de la UE), ha llevado la consolidación de puestos de larga duración y con ello a una cierta reducción de la rotación y de las posibilidades de empleo para los nuevos incorporados al sector. 

Así pues, son cada vez menos los puestos de trabajo disponibles en cooperación… pero son cada vez más los jóvenes interesados en desarrollar una vida profesional en este ámbito. 

Hay muchos factores que explican este proceso. Por una parte, las actividades de educación al desarrollo y el alto interés mediático por el sector (casi podríamos hablar de crisis de éxito) han incentivado la demanda de modo masivo. Programas como Españoles por el Mundo han acercado la realidad cotidiana del cooperante al ciudadano de a pie. La proliferación del voluntariado, las vacaciones solidarias y figuras afines han permitido además que miles de jóvenes y no tan jóvenes hayan vivido una primera experiencia en primera persona, sintiéndose atraídos por el sector. 

En paralelo, el número de cursos de postgrado de iniciación a la cooperación al desarrollo ha aumentado hasta niveles fuera de toda escala racional, actuando a la vez como efecto y como acicate de la demanda de empleo en este ámbito. 

Es difícil imaginar que en los próximos años el mercado laboral de la ayuda al desarrollo recupere su perfil de antaño, cuando había una coincidencia bastante ajustada entre la oferta de empleos y la demanda de los mismos. A medida que superemos la crisis se incrementará en cierta medida la necesidad de trabajadores, pero las tendencias globales arriba descritas seguirán ejerciendo su influjo, así que a nivel macro el mercado laboral seguirá, con certeza, estrechándose. 

A ello se une la cada vez mayor exigencia de años de experiencia y altas cualificaciones para cualquier puesto, debido al carácter ahora altamente competitivo del sector (baja oferta de empleos, y altísima demanda de los mismos). Un joven recién incorporado a este mundillo y deseoso de transformarse en un profesional del medio, lo tiene hoy, probablemente, más chungo que nunca antes en los casi 30 años de historia de la cooperación en España. 

Por mucho que la proliferación de cursos y de ofertas de vacaciones solidarias dejen la errónea impresión de una demanda vigorosa y en aumento, la cooperación en España, hoy por hoy, y en los próximos años, necesita y seguirá necesitando a muchísimos menos profesionales de los dispuestos a dedicarse a esto. 

Si queremos pensar el futuro del sector con todas las consecuencias, es precisa una alta dosis de realismo.

(Foto:Luis Echanove)

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(*) Salvo para el caso de los cooperantes trabajando en ONG, no hay estadísticas recientes consolidadas sobre el número total de cooperantes españoles. En 2005 el autor de este blog llevo a cabo, con la colaboración de decenas de cooperantes y en marco de la Asociación Profesional de Cooperantes (ACP), un primer censo (y hasta ahora último) de cooperantes, conforme al cual los cooperantes españoles éramos unos 14oo, algo más de la mitad de los cuales trabajaban en ONG. 
Cuantos somos los cooperantes?

Las tres Españas

Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
Antonio Machado.

Pertenezco a esa generación para la cual la Guerra Civil siempre fue una especie de larga sombra; un tramado de historias familiares lejanas, heroicas o tristes, que marcaron ineludiblemente la vida de nuestros abuelos y la infancia de nuestros padres. Era historia viva, historia dura de entender, historia proyectada extrañamente desde su fondo negro hasta el presente, como una maldición, como una vergüenza de sangre vertida entre hermanos, inexplicable, atroz, legendaria, decisiva.

Creí desde niño que aquella fue una matanza entre dos medias Españas. Pensaba yo que todos, o casi todos, tomaron partido; que un tajo de sangre y odio dividió al país de cabo a rabo. Sólo al cabo de los años supe que, entrambas, hubo tal ver una inmensa minoría de españoles insensibles a las invictas soflamas de la derecha fascistoide o a las arengas revolucionarias de las izquierdas radicales. Una España que, aunque sufrió la tragedia tan en carne propia como las otras dos, si hizo la guerra fue por obligación, no por convicción alguna.

No obstante, mi subconsciente, maleado por esa visión maniquea de la guerra aprehendida en la infancia, en el fondo no aceptaba con buenos ojos esa noción de una tercera España, atrapada entre las versiones extremas y combativas de mi patria. Pensaba yo que aquello fue un momento crucial sin espacio para los neutrales o los pasivos, un torbellino en el que había que tomar partido de forma inequívoca. Los que no se mojaron, creía, serían los menos. Las masas, obreras o católicas, pequeño burguesas o campesinas, urbanas o rurales, se lanzaron de bruces a la lucha, en uno u otro bando, comprometidas con sus ideales.

Ha caído hace poco en mis manos un breve ensayo histórico de Joaquín Riera cuya tesis, desdice totalmente esa visión. En su obrita La Guerra civil y la Tercera España, Riera sostiene, a partir de la intrahistoria de sus propios antepasados, que la guerra fue fundamentalmente la aventura de dos minorías radicalizadas enfrentadas entre si y que, en el fondo, la mayor parte de los españoles se posicionaron solo por obligación, no por convicción alguna.

El libro me ha dejado tan intrigado que me he propuesto intentar dimensionar, cuantitativamente, cuál fue el peso real de cada una de esas tres Españas (las dos que hicieron la guerra y la de enmedio).

Si por la noción tradicional de las dos Españas nos referimos a las derechas y a las izquierdas en sentido amplio, resulta obvio que esa tercera España era, contra la tesis de Riera, una minoría irrelevante. En las elecciones parlamentarias de 1936, celebradas pocos meses previos al estallido de la guerra, más de un 94% de los españoles votaron a partidos claramente de derechas o claramente de izquierdas (repartido a partes casi iguales). 

Podríamos añadir al menguado centro político a muchos de los que no votaron, presumiendo en su abstención una pasividad política, pero sería inadecuado, puesto que los numerosísimos anarquistas (casi un 10% de la población activa estaba afiliada a la CNT en 1936) no votaban y formaban, obviamente, parte de la España de izquierdas, no de la llamada tercera España. Descontado el no-voto anarquista, la abstención en el 36 fue nimia.

Mi estimación es que esa tercera España de centristas (esa especie tan peculiar en la España cainita de entonces y de ahora), más abstencionistas políticamente neutros, no llegaría ni al 20% de la población.

Pero hay otra forma de definir a la tercera España: además de a los de centro y a los apolíticos, podríamos computar en ese grupo a aquellos que, aun siendo claramente de derechas o de izquierdas, a priori respetaban la legalidad vigente y no buscaban ni una involución ni una revolución. Entrarían en ese caso en el sumatorio la mayor parte de aquellos que en el 36 votaron a las derechas democráticas (la CEDA) así como a los diversos partidos de izquierda republicana, y a una parte importante -pero no mayoritaria- del electorado del PSOE.

El bando de la España ultramontana, decidida a erradicar la República para implantar un sistema totalitario de derechas, quedaría entonces mucho más limitado. En las elecciones del 36 solo un 10% de los españoles votaron a alguno de los partidos de extrema derecha de talante claramente subversivo y enemigos de la legalidad vigente (los carlistas, la Renovación Española de Calvo Sotelo, la por entonces nimia Falange y el aún menor Partido Nacionalista Español).

El campo de los revolucionarios de izquierda, si lo limitamos a los declarados enemigos de la legalidad de la democracia liberal-parlamentaria, también quedaría en ese caso bastante menguado, pero no tanto: si sumamos sindicalistas ácratas, afiliados al PCE, al POUM, a las izquierdas nacionalistas y a la UGT (un sindicato claramente marxista revolucionario en 1936) alcanzamos fácilmente un 23% de la población activa de la España inmediatamente previa al estallido de la guerra.

Así pues, y en resumen, en 1936 uno de cada tres españoles (10% más 23%) estaba dispuesto a destruir la legalidad vigente, ya fuera para implantar un régimen totalitario de perfil militar, fascista o teocrático católico; o para hacer la revolución (en sus colores marxista, estalinista, trotskista o anarquista).

Los otros dos tercios, que no buscaban la guerra ni la revolución, se encontraron con ellas, y, al calor de la sangre y el contagio de la violencia, en gran medida, terminaron también tomando partido. La efímera y minúscula tercera España, la de Unamuno, Ortega o Madariaga, necesitó tres décadas para volver a levantar cabeza.

(Fotos: Luis Echanove; gráfico del autor)

martes, 13 de septiembre de 2016

Psicopolítica

Muchas grandes empresas, gobiernos nacionales y otros puestos de gran responsabilidad están en manos de psicópatas. Son seres patológicamente egocéntricos e incapaces de empatizar con  los demás, pero a la vez capaces de embaucar a las personas peor informadas, a las carentes de criterio o simplemente de imponer su voluntad por la fuerza o el engaño.

Hitler o Stalin fueron exponentes extremos de ello, pero desgraciadamente, también hoy proliferan en todos los ámbitos del poder político o económico, ya que su falta de valores morales les permite ascender a cualquier lugar a base de trampear y pisotear a los demás. El Asad, Putin, Strauss Khan, Saakasvili,  Berlusconi...la actualidad mundial está plagada de psicópatas de todos los pelajes y grados. No hace falta ser psicólogo para apercibirse de que son seres enfermos, muy  enfermos, y muy dañinos.

Ahora uno de tales sujetos, Trump, tiene posibilidades reales de convertirse en el líder de la primera potencia mundial.

(Foto: Luis Echanove)