Me conoces. Te conozco. Ni tú sabes, ni yo tampoco, qué nos unió entonces. Sabemos, sí, cuantos años el tiempo nos ha alejado. Y, aun con todo, si miras atrás, puedes beber de esos recuerdos como quien toma agua fresca una tarde de calor.
Me conoces. Te conozco. Decidimos querernos porque sí, o tal vez porque los dos eramos (somos) náufragos de nosotros mismos, náufragos en un mar de amistades y de palabras, pero náufragos a fin de cuentas. Entre nosotros, en el fondo, hablábamos por hablar, porque en verdad todo parecía haber sido dicho desde siempre. Eso era lo mejor de todo: no valían las justificaciones, las disculpas ni las explicaciones. Valía, en cambio, ese refilón triste escondido detrás de nosotros, que solo ambos sabemos en verdad captar. Porque los dos somos niños que una vez se quedaron solos y aun esperamos que alguien llame a la puerta y regrese.
Me conoces. Te conozco. Ni tú sabes, ni yo tampoco, qué nos unió entonces. Sabemos, sí, cuantos años el tiempo nos ha alejado y que, a pesar de todo, seguimos tan cerca el uno del otro como entonces.
(Foto: Nacho Huerga)
1 comentario:
la poesía y la acción tienen una recóndita armonía... me digo, como supongo hacen tantos otros. mientras, los verdaderos hombres estáis donde hay que estar para poder decir de verdad... y recuerdo a cafrune: "te crees que eres distinto porque te dicen poeta, y tienes un mundo aparte más allá de las estrellas... vive junto con el pueblo, no lo mires desde afuera, que lo primero es el hombre y lo segundo, poeta".
por cierto, deja las mayúsculas aquí, porque esta entrada sí es de maestro.
un saludo, sincero.
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