Era alto y completamente calvo. Nos conocimos junto a la barbacoa, un domingo en casa de amigos, la pasada primavera. El sol bañaba Tiflis con una luz alegre. Me sirvió dos salchichas en el plato de plástico, extendió su mano, se presentó y añadió que era serbio. Yo no pude evitar mencionarle que, hace dieciséis años, durante el tiempo de la guerra, trabajé en la antigua Yugoslavia como cooperante. Dedujo mi nacionalidad por el acento y con gran satisfacción recordó como, en aquellos años, él desertó del ejército federal, formó una banda de rock y tocó como telonero de varios grupos europeos de gira por Croacia.
Cuando la pequeña fiesta terminó, mencioné a Eva el encuentro. Curiosamente, ella no se había percatado de la presencia de aquel tipo grande que distribuía las salchichas. Nuestros anfitriones, con la que hablé al siguiente día, mostraron cierto desconcierto cuando también a ellos les pregunté por aquel serbio al que había conocido en su casa. Parecían no tener muy claro a quién me estaba refiriendo.
Anteayer, ordenando papeles en mi habitación, dentro de una vieja carpeta de cartón azul, me reencontré con unos folios amarillentos, prensados con un clip ya algo oxidado. Eran los primeros capítulos de una novela de ficción que escribí de una atacada durante cuatro frenéticas tardes en El Retiro, nada más regresar de la guerra de los Balcanes. Resultaba muy extraño volver a leer aquello después de tantos años. Ya ni la trama me resultaba familiar; parecía escrito por otra persona.
Una frase de la cuarta página me dejó perplejo: “Hablaron de un muchacho serbio, desertor del ejército federal, que ahora lideraba una banda de éxito, telonera de grupos extranjeros de gira por Croacia”.
Lleno de inquietud, enseguida comprendí que los personajes de mi novela inconclusa habían comenzado a escaparse de sus páginas amarillentas. Un hilo de sudor frío recorrió mi espalda.
(Foto: Luis Echánove)
Cuando la pequeña fiesta terminó, mencioné a Eva el encuentro. Curiosamente, ella no se había percatado de la presencia de aquel tipo grande que distribuía las salchichas. Nuestros anfitriones, con la que hablé al siguiente día, mostraron cierto desconcierto cuando también a ellos les pregunté por aquel serbio al que había conocido en su casa. Parecían no tener muy claro a quién me estaba refiriendo.
Anteayer, ordenando papeles en mi habitación, dentro de una vieja carpeta de cartón azul, me reencontré con unos folios amarillentos, prensados con un clip ya algo oxidado. Eran los primeros capítulos de una novela de ficción que escribí de una atacada durante cuatro frenéticas tardes en El Retiro, nada más regresar de la guerra de los Balcanes. Resultaba muy extraño volver a leer aquello después de tantos años. Ya ni la trama me resultaba familiar; parecía escrito por otra persona.
Una frase de la cuarta página me dejó perplejo: “Hablaron de un muchacho serbio, desertor del ejército federal, que ahora lideraba una banda de éxito, telonera de grupos extranjeros de gira por Croacia”.
Lleno de inquietud, enseguida comprendí que los personajes de mi novela inconclusa habían comenzado a escaparse de sus páginas amarillentas. Un hilo de sudor frío recorrió mi espalda.
1 comentario:
Si es realiad, es de dar miedo, ¿sería un fantasma? muy poetico como lo describes un besazo
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