Mis hijos dicen que Regino, su bisabuelo, les habla en español antiguo, y no les falta razón. Su modo de conjugar el tiempo condicional (‘dirie’, comerie’….) procede directamente del mozárabe.
Nació en los Yébenes, en los montes de Toledo, y allí ha vivido siempre. En su infancia Regino aprendió las primeras letras en la escuela local y también fue pastor. Su padre, tratante de ganado, leía a diario el periódico y poseía una memoria colosal.
Regino fue niño soldado: con diecisiete años se enroló, a la fuerza, en el bando republicano. Combatió en Jaen y fue el único superviviente de su unidad en una atroz batalla en Sierra Morena. Capturado por el enemigo, le tocó luchar del lado los alzados. Una hernia le permitió librarse unos meses de los fragores del frente y convalecer friendo pescadillas en un convento de monjas en Andalucía. Las religiosas acumulaban allí jamones y quesos a mansalva, mientras el pueblo moría de hambre. De ahí le viene su anticlericalismo visceral. Sostiene Regino que los conventos siguen hoy en día atesorando riquezas inmensas, que las religiosas mantienen en secreto, al calor de la clausura.
Acabada la guerra participó en el desfile de la Victoria. Después, destinado en la vigilancia del presidio de Jaén, todas las noches escuchaba como la guardia civil fusilaba contra el paredón carcelario decenas de presos del bando perdedor, a razón de una docena al día, durante tres meses. Desmovilizado al fin, tras cuatro años de servicio militar, regresó a Los Yébenes. Sus padres, que le habían dado por muerto, lo recibieron con un lacónico saludo, sin besos ni abrazos, al más recio estilo manchego. Fue luego secuestrado por el maquis, pero la condición de preso del franquismo de su padre le salvó de una muerte segura.
Se casó y tuvo tres hijas. En los años sesenta, con tesón introdujo el cultivo extensivo del almendro en la comarca de los montes de Toledo. Sus vecinos, al comienzo, recelaban. Pero al cabo de los años los almendrales terminaron por reemplazar al trigo. El cambio trajo prosperidad al pueblo y le valió la condición de Hijo Predilecto de Los Yébenes.
No es fácil encajar el pensamiento político del bisabuelo en ninguna de las ideologías al uso. Regino piensa que habría que expropiar las grandes empresas y que sólo los pequeños productores pueden sacar adelante a un país. Cree que la riqueza está injustamente repartida, pero el comunismo le resulta aberrante. No le gusta la Iglesia. Por eso, no acude a misa ni en los funerales. Recela del gobierno socialista.
Hasta los ochenta y tantos años Regino recorría los campos en su vespino. Crió ovejas y cabras, pero hoy sólo conserva las gallinas. Con ochenta y nueve años goza de una salud de acero, y su mente brillante razona con completa agilidad. Sigue cuidando su huerto con primor, injertando frutales y produciendo el milagro de recolectar manzanas crecidas en un peral.
A mis hijos les recita de corrillo coplillas y trabalenguas salidas de la noche de los tiempos. Duerme con la radio encendida, en invierno nunca se quita la zamarra en casa (pese al calor de la calefacción), y practica una dieta inusual, que incluye comer pan con sandía. Sentencioso, en una sóla frase es capaz de condensar sus opiniones, siempre fundadas en una reflexión profunda de la experiencia de la vida.
Cuando ve a sus bisnietos, los ojillos pequeños de Regino brillan con una luz indescriptible.
Nació en los Yébenes, en los montes de Toledo, y allí ha vivido siempre. En su infancia Regino aprendió las primeras letras en la escuela local y también fue pastor. Su padre, tratante de ganado, leía a diario el periódico y poseía una memoria colosal.
Regino fue niño soldado: con diecisiete años se enroló, a la fuerza, en el bando republicano. Combatió en Jaen y fue el único superviviente de su unidad en una atroz batalla en Sierra Morena. Capturado por el enemigo, le tocó luchar del lado los alzados. Una hernia le permitió librarse unos meses de los fragores del frente y convalecer friendo pescadillas en un convento de monjas en Andalucía. Las religiosas acumulaban allí jamones y quesos a mansalva, mientras el pueblo moría de hambre. De ahí le viene su anticlericalismo visceral. Sostiene Regino que los conventos siguen hoy en día atesorando riquezas inmensas, que las religiosas mantienen en secreto, al calor de la clausura.
Acabada la guerra participó en el desfile de la Victoria. Después, destinado en la vigilancia del presidio de Jaén, todas las noches escuchaba como la guardia civil fusilaba contra el paredón carcelario decenas de presos del bando perdedor, a razón de una docena al día, durante tres meses. Desmovilizado al fin, tras cuatro años de servicio militar, regresó a Los Yébenes. Sus padres, que le habían dado por muerto, lo recibieron con un lacónico saludo, sin besos ni abrazos, al más recio estilo manchego. Fue luego secuestrado por el maquis, pero la condición de preso del franquismo de su padre le salvó de una muerte segura.
Se casó y tuvo tres hijas. En los años sesenta, con tesón introdujo el cultivo extensivo del almendro en la comarca de los montes de Toledo. Sus vecinos, al comienzo, recelaban. Pero al cabo de los años los almendrales terminaron por reemplazar al trigo. El cambio trajo prosperidad al pueblo y le valió la condición de Hijo Predilecto de Los Yébenes.
No es fácil encajar el pensamiento político del bisabuelo en ninguna de las ideologías al uso. Regino piensa que habría que expropiar las grandes empresas y que sólo los pequeños productores pueden sacar adelante a un país. Cree que la riqueza está injustamente repartida, pero el comunismo le resulta aberrante. No le gusta la Iglesia. Por eso, no acude a misa ni en los funerales. Recela del gobierno socialista.
Hasta los ochenta y tantos años Regino recorría los campos en su vespino. Crió ovejas y cabras, pero hoy sólo conserva las gallinas. Con ochenta y nueve años goza de una salud de acero, y su mente brillante razona con completa agilidad. Sigue cuidando su huerto con primor, injertando frutales y produciendo el milagro de recolectar manzanas crecidas en un peral.
A mis hijos les recita de corrillo coplillas y trabalenguas salidas de la noche de los tiempos. Duerme con la radio encendida, en invierno nunca se quita la zamarra en casa (pese al calor de la calefacción), y practica una dieta inusual, que incluye comer pan con sandía. Sentencioso, en una sóla frase es capaz de condensar sus opiniones, siempre fundadas en una reflexión profunda de la experiencia de la vida.
Cuando ve a sus bisnietos, los ojillos pequeños de Regino brillan con una luz indescriptible.
(Foto: Luis Echanove)
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