Los españoles hemos
logrado librarnos de prácticamente todas las grandes guerras europeas durante
doscientos años. No participamos en la Primera Guerra Mundial, no fuimos invadidos
en la Segunda, y no nos enfrascamos en esas confrontaciones cuasi continentales
del siglo XIX como las guerras bismarckianas de 1870. Tan ajenos que éramos a
todos lo europeo, hasta nos libramos de las barricadas continentales de 1848.
Desde la Francesada
(ultima vez que los gritos de guerra transpirenaicos nos afluyeron) , España se
ha mantenido históricamente al margen de las movidas bélicas del viejo
continente.
Esa es la buena
noticia. La mala es que, durante el mismo periodo, y en verdad desde mucho tiempo
antes, nos hemos especializado en algo tan carpetovetónico como pelearnos entre
nosotros. Es difícil llegar a un acuerdo sobre cuando la noción cainita de las Dos
Españas cobró carta de naturaleza. Matarnos cruelmente entre hermanos es deporte
nacional desde las guerras
Punicas y las guerras
Sertorianas, cuando las tribus peninsulares se arreaban mutuamente como
aliadas de uno u otro ejercito invasor.
La Edad Media Española
consistió básicamente en siete siglos de guerras civiles a varias bandas (cristianos
contra musulmanes, pero también reinos de Taifas entre si, y reinos cristianos a
palos mutuos también) ; raramente las llamamos Guerras civiles (salvo la de los
Dos Pedros
, la de Sucesión
Castellana o la guerra civil de Cataluña
y la de Navarra
del siglo XV ), pero en alguna medida, la ‘Reconquista’ misma fue una larguísima
guerra civil. Las guerras
banderizas en las provincias vascas, Galicia y otras regiones son tal vez
el modelo mas brutal del prurito bronco español- te matabas con tus vecinos, a
cuenta de no se sabe muy bien que.
La llegada de los
Austrias dio inicio con la guerra
de Comunidades y las Germanías
donde, de nuevo, los peninsulares nos dedicamos a atizarnos entre nosotros. Tras un periodo de cierta calma chicha, llegó
al Guerra
de Sucesión, la primera gran hecatombe civil colectiva, caracterizada, tal
y como seria el caso de todos los demás enfriamientos fratricidas posteriores,
por una amalgama entre tensiones territoriales
y enfrentamiento entre estamentos sociales.
El siglo XIX trajo
nuevos bríos a ese invento de matarnos sin piedad entre nosotros. Cinco guerras
civiles tuvieron lugar en ese siglo: La guerra realista, las Tres Guerras Carlistas
y la Cantonalista. El fratricidio
a partir de entonces comenzó ya a tomar la forma en la que ha persistido hasta
ahora: liberalismo frente a conservadorismo; federalismo frente a centralismo, laicidad
frente a integrismo católico…izquierdas frente a derechas.
Y llegó el siglo
XX y el desmadre. Uno y otro bando de ésas dos Españas siempre a la gresca
adoptaron los modelos ideológicos de momento (lucha de clases versus fascismo),
y todo terminó como terminó.
Curiosamente, esa
cíclica sangría colectiva ha seguido siempre un derrotero parecido: Primero nos
dedicamos a humillarnos y zaherirnos brutalmente entre nosotros, a subrayar lo que
nos divide; pasamos luego unos lustros dejando que la tensión crezca, a hasta
que la cuerda no da ya de si y entonces comenzamos a matarnos entre nosotros sañudamente.
Después llega la
calma, la calma de los cementerios. A partir de ahí, las salidas son siempre
una de estas dos- si hubo un nítido ganador en el enfrentamiento, lo habitual
es que este se imponga al bando derrotado sin concesiones (como en la Guerra de
Sucesión, en el ahogamiento del cantonalismo, o en la ominosa guerra del 36 y consecuente
Dictadura Franquista) Pero si el revolcón bélico queda en tablas, o si el hastío
con tanta guerra es ya insoportable, a veces logramos llegar a un compromiso de
acuerdo, a un turnarse en el poder y convivir por un tiempito (como en la Restauración
de fines del XIX tras la Primera República,
o como con la Constitución el 78).
No creo en el
determinismo histórico. Pero una cosa si tengo clara- hablando se entiende la
gente. Los tremendismos, el pánico, el azuzar los miedos…solo sirven a un propósito:
el de acabar de nuevo como el rosario de la aurora y repetir lo peor de nuestra
historia colectiva.
En España toca ahora
cambio de gobierno. Al que no le guste, que haga oposición y se espere a ganar
en las próximas elecciones. Y al que le guste, a celebrarlo y vivirlo con gozo.
Y a todos- a rebajar el tono y a aprender que la convivencia y la paz social es
el valor principal de la democracia- y la única forma de mantener enterrada la maldición
de nuestra histérica historia guerracivilista.