Un reputado musicólogo dice haber demostrado que al menos uno de los movimientos más brillantes de la Quinta Sinfonía de Beethoven no es sólo el resultado de la brillantez creativa del compositor alemán, sino que fruto del mero azar. Tras revisar la partitura autógrafa y compararla con la primera edición impresa, el inquisitivo investigador parece haber comprobado que el tipógrafo, mientras copiaba la versión manuscrita, olvidó incluir la barra de repetición del scherzo y el trío del tercer movimiento.
Alguien podría pensar que un par de pequeños olvidos no parecen nada grave dentro del conjunto de una sinfonía, pero en realidad, pueden cambiarlo todo. Basta escuchar a un aprendiz de pianista cuando yerra alguna tecla de cualquier canción para entender a lo que me refiero.
El asunto da para todo tipo de disquisiciones y juegos sobre el concepto mismo de la estética y la creatividad. Por ejemplo: ¿Deberían las orquestas a partir de ahora tocar ese movimiento de la Quinta Sinfonía incluyendo la repetición olvidada? Según una cierta concepción del arte, la respuesta debería ser “sí”, ya que hay que preservar siempre la literalidad de la obra tal y como fue concebida por el autor.
Yo en cambio desconfío de esa idea quimérica de la fidelidad total al padre (o madre) del asunto. Llevada hasta sus últimas consecuencias, implicaría que en los conciertos no se deberían utilizar sistemas de reproducción electrónica del sonido (bafles, grabación estereofónica, etc) ya que, por muy perfectos y fiables que resulten, siempre distorsionan en alguna medida, aunque sea infinitesimal, la frecuencia del sonido que brota de los instrumentos musicales. Por la misma razón, sólo podrían utilizarse para tocar melodías del pasado replicas exactas de los instrumentos originales para los que fueron compuestas. Un violín actual, incluso el más artesano, no se fabrica igual a como se hacía en el siglo XIX, y sus propiedades sonoras varían siempre en algún grado.
Al final siempre es preciso hacer concesiones. Dejar la cosa como está, y olvidarnos de esa olvidada repetición del scherzo y el trío del tercer movimiento de la Quinta Sinfonía tampoco va a hacer a Beethoven retorcerse en espasmos de cólera en su tumba más de lo que ya ha debido de retorcerse desde la invención de los transductores electroacústicos (alias micrófonos).
Llevamos 205 años escuchando la Quinta de Beethoven sin la maldita repetición en el tercer movimiento. Si la costumbre es fuente del derecho, no veo porque no pueda serlo también de la creación musical.
Aunque Beethoven originalmente hubiera preferido incluir la barrita de las narices, el asunto es que para el común de los mortales el scherzo y el trío repetitivos sobran; y si Beethoven es Beethoven no es sólo por sí mismo…sino también gracias a los músicos que lo tocan, así como a los críticos musicales que lo juzgan y al publico en general que lo ama. Y para todos ellos, la única Quinta Sinfonía de Beethoven que existe es la de la partitura impresa, y no la que el maestro alemán escribió. Siempre se ha dicho que al final las grandes obras terminan superando a sus autores y cobrando vida propia al margen de estos.
Cuando el obrero del taller de impresión de la primera partitura olvidó, en un lapsus no intencionado, incluir el símbolo de la repetición dibujado en el manuscrito, estaba con ello, sin saberlo, colaborando en la elaboración de la obra musical, o si se prefiere, perfeccionándola.
El carácter aleatorio y no volitivo de su pequeña omisión no quitan ni un ápice de creatividad a tal olvido. También el propio Beethoven, estoy seguro, se dejaría inspirar a veces a partir de divagaciones irracionales de sus dedos sobre el piano. Un autor no concibe su obra de una sola atacada, sino que ésta va brotando de él por caminos a veces inverosímiles y no intencionados y por tanto poco racionales. El error de impresión fue sin duda irracional… como irracional es de hecho, en enorme medida, toda creación musical.
La Quinta Sinfonía de Beethoven es una de las cumbres de la historia musical de todos los tiempos, gracias entre otras muchas cosas, al olvido de un anónimo tipógrafo de partituras...
pero, ¿fue realmente un olvido?
Yo quisiera pensar que lo hizo a posta.