(…) it is hard to get by just upon a smile. (*)
Wild World. Cat Stevens
Se acerca el fin de curso para mi hijo Juan. Ocho años. La misma edad, la
misma época del año que yo entonces… cuando mi padre sufrió aquella súbita trombosis
que cambió su vida para siempre y arrebató la alegría de sus días. He tardado
unos cuantos decenios en comprender lo
que aquello significó para mí, como alteró
radicalmente mi infancia, como modeló mi personalidad y como me ha hecho ser,
tal vez, lo que soy. Escribo estas líneas ahora porque aun necesito conjurar ese
dolor sin fondo del niño que yo era entonces. Ver a mi padre indefenso, abatido,
rendido por ese zarpazo brutal e
inesperado hizo morir algo dentro de mi ser, algo que ya nunca ha regresado,
algo perdido lejos, que tal vez nunca he cejado de buscar.
Pero a veces consigo levantar puentes y asomarme a ese antes, cuando mi
padre aun podía hablar y la vida era magia y veranos largos. La música, sobre
todo, puede operar ese milagro. Oigo ahora Cat Stevens y Simon y Garfunkel, y reconstruyo mentalmente las
portadas de los elepés de vinilo de mi hermana Aránzazu. Y cada nota, cada
acorde triste de guitarra en Wild World, cada cabriola alegre de Cecilia o Mrs.
Robinson me traen de nuevo esa luz que se apagó un día de junio, con ocho años.
(Foto: Luis Echanove)
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(*) Es difícil sobrevivir
con tan solo una sonrisa.