miércoles, 14 de octubre de 2009

Tres axiomas cuánticos

(1) Somos dos brazos, dos piernas, un tronco y una cabeza arrojados sobre el azar de los colores, las sonrisas y los llantos.

(2) Somos dos, somos mil y un millón. Somos las estrellas que se cansan de escuchar nuestros despropósitos humanos. Y somos el día. Y la noche somos, cuando oscurecemos pensamientos luminosos.

(3) Háblale al río en su lengua propia: la lengua de devorar la tierra en su ganarle tiempo al morir suave. Fluye, fluye río. El verbo entrelaza tu correr con el abismo. Sumérgete en mis labios, río, y diluye tu mirar en el mío.


(Foto: Luis Echanove)

Dieciséis años después

El era cooperante en un país en guerra. Ella estudiante y traductora. Los dos en la encrucijada. Se amaron intensamente, como tal vez solo dos jóvenes en tiempos turbulentos pueden hacerlo. Caminaban por los parques hasta entrada la noche, acudían a conciertos de rock, cenaban en pizzerías, hablaban hasta agotar las palabras y después dejaban hablar a sus cuerpos. Viajaron juntos a Sicilia y a Pompeya, a Istria, y a Venecia. Vivian cada segundo como si se les fuera la vida en ello. Se poseyeron al límite, y también al comienzo, como si el mundo se acabara, o estuviera a punto de comenzar. Fueron solo unos meses, meses que valen años, meses que son una vida entera.

Un día él se marchó. Regresó a su país. Rompió con ella por carta, cobardemente. El quería rehacer el pasado con su novia de juventud. Hubo daño y dolor. Daño prematuro, daño atroz, como un viento. Dolor mudo, dolor grande como un mar. No volvieron a verse nunca. Sus vidas se alejaron por completo.

Dieciséis años después alguien le envió una foto reciente de ella y su dirección de correo electrónico.

Y el la escribió, para pedirla perdón. Dieciséis años después.
(Foto: Luis Echanove)