jueves, 27 de marzo de 2008

Flexiones y reflexiones

Religiones y laicismo
El discurso político actual está en gran medida dominado por categorías propias de la esfera de las religiones. El supuesto “choque de civilizaciones” no es sino una paráfrasis para referirse al enfrentamiento de Occidente con la versión ultra-ortodoxa del Islam. Tal conflicto no sólo hace los titulares de todas las portadas de la prensa mundial (en referencias a Irak, Afganistán, Pakistán, atentados en Occidente y demás), sino que domina –más bien habría que decir “encajona”- todo el discurso geoestratégico mundial.

Más allá de la dialéctica Occidente-Islam, el peso de la esfera de lo religioso en la agenda política y económica no cesa tampoco de aumentar. Los ejemplos abundan: la pujanza China es explicada con referencias al espíritu utilitarista del confucionismo; en las librerías de todo el mundo docenas de títulos intentan convencer a los altos ejecutivos sobre los parabienes de la mentalidad religiosa de los antiguos guerreros zen del Japón; en las arena pública norteamericana el tema de la religión parece ocupar más tiempo en los debates que las discusiones sobre como erradicar la pobreza o reducir el efecto del cambio climático; el Papa compite en atención mediática con los artistas del cine o la música; en Tíbet o en Birmania son los monjes quienes inician las protestas sociales; en Filipinas, la Iglesia pone y quita presidentes. No es ya que la religión “esté de moda”; es más que eso: la religión acapara la actualidad mediática y política mundial como nunca antes desde el inicio del secularismo, hace siglo y medio.

Pero, más que este revival de las formas religiosas en estricto sentido, y más también que ese enorme eco mediático-político que todo lo relacionado con la religión (o las religiones) parece tener hoy en día, lo que en verdad resulta fascinante es como la mentalidad religiosa se expresa también en las esferas “laicas”. Lo numinoso, lo sagrado, sigue inundando el modo de vida occidental –y mundial-. Y es que, en definitiva, tal y como expresara Mircea Elieade, “las crisis del hombre son en gran medida crisis religiosas, en la medida en que son expresiones de la toma de conciencia de una falta de sentido”.

domingo, 23 de marzo de 2008

Las historias del gusano barrenador

Adiós a Darth Vader
Para la gente de mi generación Darth Vader no es sólo un malvado más del cine. El caballero de la mascara negra fue el primer villano de ficción al que, en lugar de detestar o simplemente recelar, admirábamos secretamente, aunque, por supuesto, su resoplido de paciente crónico nos generase cierta desazón y su voz abrupta despertara los pánicos más profundos.

Todos los chavales de la época intuímos que Darth Vader era el autentico protagonista de la Guerra de las Galaxias, y no el relamido y pusilánime Lucky Skywalker o el simpático –pero a la vez adusto- Han Solo. Esta fabulosa percepción infantil se vio confirmada después en el resto de la saga, cuando el niñato enamorado de la princesa Leia simplemente desapareció por el mutis y la explicación metafísica del mal darthvaderiano se convertió en la auténtica trama de la obra.

Curiosamente, nuestra pasión por la película nunca nos llevó a inventar versiones galácticas del escondite o de “polis y cacos”. La Guerra de las Galaxias era para nosotros una obra a admirar, no una excusa temática para recrear nuevos juegos. Los únicos jugetes alusivos al filme con los que alguna vez nos entretuvimos fueron esas burdas linternas con un tubo de plástico cubriendo el haz de luz. Hoy en día en cambio, cualquier aficionado se puede comprar su propio general de las tropas imperiales por piezas y a escala 1:1.

Muchos años después nos decepcionó que en algunas de los últimos capítulos de la epopeya el caballero metálico no apareciera o–peor aún- incluso desvelara su auténtico y risible rostro de sifilítico en estado terminal. La Guerra de las Galaxias sin Darth Vader perdió una parte sustancial de su interés, compensado, afortunadamente, por la incorporación al reparto de atractivas nuevas princesas enfundadas en lo más sexy de la moda estelar.

Lo confieso: Le he perdido el respeto a este villano jadeante pero, pese a todo, le tengo todavía cierto afecto. Es que los caballeros yedi, al final, resulta que somos unos sentimentales.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Memorias afganas (II)

El cuatrimotor de Cruz Roja hizo una escala rápida en Kabul. Sobrevolando la ciudad, pudimos percibirnos del nivel de destrucción y de pobreza inmisericorde. Poco tiempo después aterrizamos en Mazar-i-Sharif, nuestro destino y por entonces capital oficiosa del general Dostún, líder uzbeco y principal caudillo de las fuerzas antitalibanes junto con el mítico Masud, el jerarca tayiko conocido como el León de Pashmir. Mazar era como un enorme mercadillo al aire libre. Tenderetes desvencijados ocupaban las polvorosa retícula de callejas. Algunos descascarillados edificios de aire soviético rompían la monotonía de las casas de adobe.
Los pesados turbantes de los uzbecos, mayoritarios en la ciudad; las burkas azul metálico o negras de las mujeres, los puestos de venta de melones y frutos secos, el canto a viva voz de los almuédanos en las numerosas mezquitas...Mazar-i-Sarif condensaba todas nuestras imágenes y nuestros sueños sobre el Asia profunda. La inmensa mezquita-panteón del califa Alí, yerno del Profeta, se alzaba señera en el centro de la urbe. Con sus amplios jardines, su cúpula acampanada y sus maravillosos mosaicos de tonos azules, la mezquita resplandecía al amanecer como un palacio de ensueño en medio de la tórrida estepa.

Nos alojamos en una casa de huéspedes que el personal de Naciones Unidas mantenía en uno de los barrios periféricos. El ambiente del lugar era el propio de un ejército de desesperados. Cooperantes de nacionalidades diversas, pulidos todos ellos en mil y una crisis humanitarias, convivían en una pequeña casita aguardando eternamente un mítico contenedor cargado de alcohol y otros productos occidentales que Naciones Unidas fletaba anualmente para compensarles de la dureza de su destino. Nos sentíamos como unos auténticos novatos rodeados de Indiana Jones bregados en los entresijos del conflicto afgano. No obstante, imperaba una atmósfera cordial y amigable, y enseguida nuestros anfitriones compartieron con nosotros sus consejos e ideas. Altruismo y adrenalina: la explosiva coctelera de todas las retaguardias humanitarias.

Contando el Sur

El pasado 3 de marzo se presentó en Madrid, en la sede central del Instituto Cervantes, el libro “Contando el Sur”. Publicado por la revista El Rapto de Europa y Calamar Ediciones, y gracias al entusiasmo de ese maestro de cooperantes llamado Alfonso Gamo, este conjunto de relatos reúne historias escritas por cooperantes, que nos trasladan sus visiones acerca de su propio quehacer, o sobre situaciones reales o ficticias, de los países del sur. Dice el autor Sergio Ramírez en el prologo del libro que “no hay ninguna ingenuidad de principiante ni en la escritura ni en la manera de abordar los contenidos…y ello aunque se trata de relatos escritos por gente cuyo oficio no es el periodismo ni la literatura, sino el ejercicio de esa vocación de varias capas que un día, en fin, se organiza en la vida del ser humano”. Me honro de conocer a gran parte de los autores reunidos en el libro: Juanma Santomé, Txiqui Antolín, Ana Rosa Alcalde, Luis Suárez Carreño…
Del que casi nada sé, en cambio, es de un tal Juan Echánove, que rubrica un cuento ambientado en Nicaragua llamado “El Sauce”.

lunes, 10 de marzo de 2008

Gusanitos naranjas

La pobreza de los países es por lo general directamente proporcional al destiñe de sus gusanitos. Estas chucherías, cuando te las comes en países muy pobres, como Nicaragua o Filipinas, colorean tus dedos con un tono butano intenso difícil de quitar ni con muchas frotadas de jabón. En países de desarrollo intermedio, como Turquía o la España de cuando éramos pequeños, los gusanitos sueltan partículas naranjas que, aunque incómodas, se sacuden con relativa facilidad y no pringan demasiado. Finalmente, los países altamente desarrollados han logrado el milagro de los gusanitos sin mácula: te los comes y no te manchas los dedos de naranja. El Banco Mundial, tan experto como es en soluciones contra la pobreza, debería desarrollar estudios para analizar si la fórmula inversa también funciona, esto es: Si produciendo gusanitos que no destiñen se puede conseguir el progreso de una nación.

sábado, 8 de marzo de 2008

Arco del Fracaso

Hay en Vientiane, capital de Laos, una réplica orientalizada del Arco del Triunfo parisino. La diferencias con el original no son tantas: Bien es cierto que la escala es algo más pequeña; que en lugar de nobles sillares el modesto ejemplar indochino fue construido en cemento gris y que faltan en sus muros bajorrelieves heroicos y sobran en su cubierta los aditamentos estilo pagoda que lo coronan. Pero al margen de tales superficialidades, el efecto copia está logrado. Ayuda en ello el amplio boulevard al que el triunfal arco da acceso. Los pomposos Elíseos laosianos (bonita aliteración), en lugar de flanqueados por señoriales casonas neoclásicas, solo muestran, con cierto pudor socialista, edificios públicos de un estilo que un crítico piadoso relacionaría con Brasilia y uno más sincero con Bratislava. Tuktuks, jeeps militares, escasos coches lujosos de nuevos ricos, motos chinas y alguna que otra gallina medio desplumada recorren ocasionalmente la avenida.

Contra lo que cabría suponer, el local Arco de la Victoria no fue levantado por los colonialistas franceses –su huella arquitectónica en la ciudad se limita a algunas villas provenzales a punto de derribo. El monumento fue alzado por obra -y gracia- del gobierno de Laos, en los turbulentos años de la guerra de Vietnam, con cemento donado por los americanos para construir un nuevo aeropuerto.

Tras pagar la correspondiente irrisoria entrada se accede por unas escaleras a medio hacer a una especie de pequeño mercadillo de antigüedades y quincallería budista localizado en el interior mismo del arco. Desde el tejado se disfruta de una espléndida panorámica de toda la ciudad (lo cual no significa que la perspectiva sea muy amplia…al fin y al cabo Vientiane es la capital más pequeña de toda Asia).

Una placa oficial, colgada de un lateral del edificio, ofrece un largo texto en laosiano el cual, supongo, da cuenta de la historia y razón de ser del monumento con el típico tono formal al uso en tales memoriales. Pero lo extraordinario del caso es que, debajo del texto local, la placa contiene también unas frases en inglés, presumo que copiadas de la Lonely Planet o de la Raugh Gide –no lo he comprobado- que describen el monumento en términos irónicos y nada halagüeños. ¿Sabían las autoridades lo que ponía en la placa cuando corrieron la cortinilla inaugural? ¿Es en verdad el texto una fiel traducción de la versión laosiana, y esta, a su vez, un ejercicio de sinceridad política? ¿O es que acaso el “traductor” encargado de reproducir el laudatorio texto original gastó una bromilla al régimen oficial y en realidad el gobierno no tiene ni idea de lo que allí está escrito en inglés? Cualquiera de las opciones daría fácilmente pie a un excelente argumento de cuento corto.
(Foto Juan Echanove)

viernes, 7 de marzo de 2008

El doctor de Jerusalén

(texto de Eva Pastrana)
Con apenas unas horas de diferencia me entero de la muerte de dos miembros de la organización palestina “Comités de Trabajo para la Salud”. El doctor Kamal, con quien Juan y yo compartimos difíciles desplazamientos por Cisjordania para supervisar proyectos de salud y nuestro querido Ahmad Maslamani, con quien, mas allá del trabajo, nos unió la amistad y las difíciles circunstancias a las que nos enfrentamos a lo largo del año cruel e intenso que vivimos en Palestina.

Recuerdo el despacho de Ahmad, envuelto en humo y aroma del fuerte café negro con el que siempre nos recibía cada vez que le visitábamos. Despachábamos con precisión lo necesario para garantizar la buena marcha de los programas de cooperación que compartíamos y pasábamos a continuación a idear nuevos proyectos, nuevas clínicas como la de Hebrón, innovadores programas de salud mental para niños traumados por el conflicto, salud reproductiva para mujeres… Luego repasábamos la realidad política, que cada día se presentaba más triste en el año del estallido de la segunda Intifada. Sin embargo, todos hablábamos con entusiasmo, atropellándonos con nuevas ilusiones, como queriendo consumir unas horas que ahora se me antojan escasas y preciosas. Le gustaba oírnos hablar en español porque se acordaba de sus días de estudiante de medicina en Rumania.

La última vez que vi a Ahmad estaba encadenado de pies y manos en el centro de detención del antiguo Complejo Ruso y actual sede de algunos juzgados en Jerusalén Oeste. Avanzaba por un pasillo del frío y desapacible edificio sonriendo a sus hijos que, de la mano de Nufuz, su madre, le aguardaban a la puerta del tribunal que en apenas unas horas le condenaría. Todos disimulaban mal su nerviosismo. El mayor, en su inocencia de apenas 10 años era el más consciente de los tres de la gravedad de la situación y luchaba por contener sus lágrimas. Probablemente él no se acuerde, pero yo me incliné a abrazarle y decirle que tenía que ser fuerte y pensar que su padre era un hombre bueno. Al Dr. Maslamani, el respetado decano de los médicos de Jerusalén Este, se lo habían llevado unos muchachos enfundados en uniformes militares israelíes pocos días antes. Llamaron de noche a la puerta y, con la superioridad de las armas, descabezaron una familia sin más miramientos, cumpliendo órdenes inexplicables ante los ojos de tres niños, una mujer y de la historia que no olvida.

Gracias a una campaña internacional de recogida de firmas que movilizamos en un tiempo récord y los buenos oficios de influyentes amigos, nos aseguraron que, en esa ocasión, el Dr. Maslamani no sufriría tortura física, práctica autorizada en Israel, pero nadie pudo impedir su condena ni probablemente torturas psicológicas. No era la primera vez, ni sería la ultima, que Ahmad sufría la cárcel pero nunca desfalleció en su pasión por trabajar a favor de la salud y liberación del pueblo palestino. Dos años antes de su fallecimiento, Ahmad seguía trabajando incansablemente y pronunciándose en público contra el levantamiento por parte israelí del muro de separación de Cisjordania y Jerusalén Este –declarado ilegal por el Tribunal de Justicia Internacional. Ello le hizo valedor de un nuevo periodo de detención. A menudo, como los jueces no encontraban suficientes pruebas para sentenciarle, los periodos de detención administrativa sin cargos se alargaban. En total, el doctor pasó siete años en la cárcel durante los cuales ni pudo curar ni cuidarse.

Los años en prisión hicieron sin duda mella en su salud y, paradójicamente, tras dedicar su vida a mejorar las condiciones sanitarias para los demás en Cisjordania, no pudo impedir el ataque fatal de su propio corazón.

Su alegría y perseverancia continúan siendo un ejemplo para nosotros, y deseamos que también sea así para su familia, amigos y compañeros en la HWC. Querido Ahmad, hasta siempre.